Desde su nacimiento en 1776, Estados Unidos de América se ha constituido como un Estado federalista proclive al expansionismo. Podríamos hablar de la Doctrina Monroe y su lema “América para los americanos”, pasando por el Estado que liberó al mundo de la amenaza del nazismo y de los países del Eje, posteriormente convirtió al sistema internacional en un mundo bipolar por combatir férreamente al comunismo, a sus actores y precursores, para después convertirse en el big brother del Medio Oriente y, ya en la administración de Trump, este mismo enfoque se ha situado en la lejana China.
Para lograr este cometido, EU había visto en América Latina a un aliado o, si se quiere ver así, un subordinado para conseguir sus planes; basta recordar el Plan Cóndor y, posteriormente, las no oficiales financiaciones para gobiernos más afines a su pensamiento político. Sin embargo, a partir del siglo XXI nuestra región ya no le es tan atractiva, incluso se ha convertido en una molestia, al menos retórica. Latinoamérica, en especial México y Centroamérica es el blanco de ataques xenófobos y racistas, especialmente desde la llegada de Trump a la Casa Blanca.
En este sentido, y estando a sólo una semana de conocer los resultados de las elecciones en nuestro vecino del norte, tanto Donald Trump como Joseph Biden no han reparado en la importancia de los flujos migratorios provenientes de Latinoamérica y su peso específico en estos comicios. Del universo de los latinos que tienen derecho de voto, 59% son de origen mexicano, ya sean mexicanos o mexicoamericanos, 14% son puertorriqueños, 5% son de origen cubano y 22% de otros orígenes hispanos. Es de resaltar que, de toda esta gama, el 25% son migrantes, la sumatoria de las y los posibles votantes latinos constituyen a 32 millones de electores.
En el par de debates que se suscitaron entre el candidato republicano y el demócrata, no hablaron para nada de América Latina, ni siquiera de los latinos en tierra estadounidense, y se centraron en seis temas prioritarios: las crisis provocadas por pandemia de COVID-19, la economía familiar, el cambio climático, la seguridad nacional, el liderazgo y los conflictos raciales. Dentro de este último tema sólo se centraron en la brutalidad policial —blanca— en contra de los afroamenricanos, decantando en la muerte de George Floyd y, con ello, decenas de manifestaciones, nada acerca de la latinidad.
El presidente Trump ya ni siquiera ha retomado su discurso de continuar con el muro, hoy el discurso es en contra de la población afroamericana y sus “jóvenes criminales”. No cambia el discurso de odio, sólo muda de objetivo, odio contra hispanos, negros, musulmanes y todo aquel que no sea de raza blanca. Por su parte, Biden no se adentra en esos temas, simplemente no son de su interés, él se encuentra mucho más en el tema de generar un plan para hacer frente a la emergencia sanitaria y económica por el COVID-19.
Así pues, y aun sin hacer campaña activa, al día de hoy, las y los votantes latinos se inclinan hacia el demócrata en un 66% y los que toman partido por el presidente número 45, en sólo 24%, cantidad menor a lo conseguido en 2016. Aunque lo desdeñen y den por sentado que el voto hispano no se volcará a las urnas el siguiente martes, ambos candidatos no deberían perder de vista a este “gigante dormido” que, poco a poco, será la población que en algún tiempo sea el fiel de la balanza para decidir a los próximos inquilinos de mítica finca ubicada en el número 1600 de Avenida Pensilvania.
POR ADRIANA SARUR
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