Como subgénero, el cine de superhéroes es fascinante. Es tan maleable que prácticamente puede combinar todos los grandes géneros en narrativas que, al ambientarse en un mundo supuesto, tienen opciones inimaginables.
Así, toda la saga de Thor es una exploración del cine fantástico, la de Doctor Strange rinde tributo al horror y al cine de monstruos, la de los Guardianes de la Galaxia es el cine de acción más puro y las comedias slapstick y románticas son el tema de las sagas de Iron Man y Spiderman, respectivamente.
En el caso de Capitán América, su tema es el thriller político. Si en el Primer Vengador (Johnston, 2011), la crítica iba hacia la manipulación realizada por el gobierno estadounidense mediante la figura del héroe, en Capitán América y el Soldado del Invierno (Russo, 2014), la mejor de la saga, el tema iba más sobre el control de lo que se dice en medios electrónicos.
Aunque más orientada a la espectacularidad de las batallas, en Civil War (Russo, 2016) el tema es la división que causa la entrega a ideales más políticos y económicos que los que hicieron que naciera el héroe de las barras y las estrellas.
En Capitán América: Un nuevo mundo (Onah, 2025), el nuevo Cap retoma la teoría de la conspiración del Estado profundo, una especie de poder detrás del poder visible, para transformarla en un thriller que abreva, quizá demasiado, del clásico The Manchurian Candidate (Frankenheimer, 1962).
Sam Wilson se está acostumbrando al escudo y las alas del Capitán América. Aunque aceptado más o menos por todo el mundo, él mismo no acaba de creerse el papel, por lo que suele dudar de más. Al frente del gobierno llega el exmilitar Thaddeus Ross, el famoso “Thunderbolt” que persiguió a Hulk y la Abominación por todo Manhattan.
Por el bien de los Estados Unidos, están condenados a entenderse, sobre todo durante las duras negociaciones por un mineral encontrado en los restos del Celestial que yace en el Océano Índico, y sobre el que las naciones más poderosas del mundo ya tienen la vista puesta.
Las cosas se complican cuando aparecen ciertos personajes que, como en The Manchurian Candidate, responden ante una canción a una programación que nadie sabe de dónde viene, pero que tiene todo qué ver con el pasado de Ross.
Sin el encanto o los poderes del Capitán América, el nuevo Cap enfrenta varios retos, pero el más importante -y en el que falla- es en el de lograr una auténtica conexión con la audiencia. Al guión le pasa exactamente lo que piensa Sam Wilson que le ocurre a él: no se la cree y escurre síndrome del impostor por todos lados.
De la misma manera que en las cintas anteriores, el peso recae en los antagonistas: el Ross de Harrison Ford es un hombre que lucha por contenerse, que intenta hacer lo correcto aunque esto le pese. Así se suma a otros grandes villanos de la saga, como Robert Redford, Tommy Lee Jones y, curiosamente, Robert Downey Jr.
Al final, Capitán América: Un nuevo mundo es una cinta curiosa: funciona en un nivel de historia, es de hecho mejor que varias de las recientes películas de Marvel, pero ni el nuevo Cap ni los personajes que suma (una especie de “Robin” cubanoamericano, pesadísimo, y una fría viuda negra ruso-israelí), se sienten con la suficiente fuerza para sostener una película por ellos mismos. En eso está el engaño.
¿Capitán América: Un nuevo mundo tiene escenas postcréditos?
Siguiendo la costumbre de las más recientes cintas de Marvel, este nuevo largometraje tiene una escena poscréditos en la que se pueden atisbar algunas cosas que pueden cambiar el rumbo de la macrosaga que lleva ya más de 17 años en el cine y las series.
Si vas al cine, ponle especial atención al descubrimiento de la Isla Celestial, pues puede anunciar la entrada de un personaje muy querido a la saga. Además, prepara el camino para la llegada de Thunderbolts, la siguiente cinta del Universo Cinematográfico Marvel.
Capitán América: Un nuevo mundo está en las salas de cine de todo el país.
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