¡Muera la inteligencia! ¡Que viva la muerte! Se dice que esas fueron las palabras que, el 12 de octubre de 1936, apenas unos meses después de la insurrección de las tropas españolas destacadas en África, dijo el general Millán Astray al histórico filósofo vasco Miguel de Unamuno, rector entonces de la Universidad de Salamanca.
Sin quererlo, Millán Astray resumió la ideología del franquismo, régimen de derechas que venció al gobierno legítimamente establecido en España a principios de la década de los años 30.
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La furiosa reacción de los sublevados en contra de aquellos intelectuales que reconocían como afectos al bando republicano le costó la vida a numerosos literatos, filósofos y artistas, como los poetas Federico García Lorca y Miguel Hernández, por mencionar solo a dos de los más famosos.
Por suerte, la política de puertas abiertas instaurada por el presidente Lázaro Cárdenas quien, por cierto, cortó relaciones con la España franquista en uno de los conflictos diplomáticos más graves en la historia de México, permitió la llegada de miles de españoles al país. Entre ellos, un buen puñado de filósofos.
La inteligencia que vino del mar
En 1939, con la llegada del bando nacional a Madrid, concluyeron tres años de sangrientos enfrentamientos que cobraron la vida de miles de personas, mientras que condenaron al hambre y el exilio a otros millones.
Entre los filósofos que llegaron a México se encuentran algunos de los nombres más importantes del mundo. Adolfo Sánchez Vázquez, Joaquín y Ramón Xirau y José Gaos, son una muestra de ellos.
El gaditano Sánchez Vázquez fue uno de los profesores más renombrados de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus estudios sobre la ética y sus reflexiones sobre el marxismo contemporáneo siguen teniendo validez actual.
Otro gran profesor, José Gaos, trajo las enseñanzas de José Ortega y Gasset al país. A lo largo de su trayectoria escribió 215 títulos, entre ensayos y libros, en los cuales reflexionó sobre el lenguaje y el ser humano.
Joaquín y Ramón Xirau fueron padre e hijo que sufrieron el exilio en familia. A Joaquín se le deben los primeros rudimentos de la escuela libre, la que permitió tener clases mixtas entre hombres y mujeres, mientras que la obra poética de Ramón es una de las más destacadas del siglo pasado.