Más allá de verse beneficiada por la Segunda Guerra Mundial, época en la que Estados Unidos enfocaba los esfuerzos de prácticamente todas sus industrias en lo bélico, la época de oro del cine mexicano destacó por la coincidencia de la plenitud de grandes artistas tanto frente como detrás de las cámaras.
De la misma manera que movimientos más cortos en el tiempo, como el Neorrealismo italiano o la Nueva ola francesa, la época de oro tenía una serie de elementos estéticos con los que se puede identificar a una película de esta era con facilidad. Muchos de ellos están inspirados en la obra que dejó inconclusa un influyente cineasta soviético, Sergei Eisenstein.
Un soviético en Hollywood
Con filmes como “La Huelga” o “El acorazado Potemkin”, además de teorías como el montaje ideológico según el cual dos imágenes sin relación son “completadas” por el cerebro para formar una historia, Sergei Eisenstein ya era una celebridad conocida en el cine mundial.
A principios de la década de 1930, en medio de una gira de propaganda que inició en Europa en 1928 e invitado por Paramount Pictures, Eisenstein recibió una oferta inigualable: recibiría 100 mil dólares para hacer la película que quisiera.
Sin embargo, las presiones del lobby anticomunista de Hollywood hicieron que los proyectos del soviético, nacido en Riga, Letonia, en 1898, terminaran abruptamente. Sin embargo, un cambio en las circunstancias le permitió alargar su estancia en el continente.
Al conocer el fin del trato, Charles Chaplin le recomendó al cineasta visitar al escritor Upton Sinclair, de filiación izquierdista, para ver la posibilidad de realizar algún proyecto fuera de los grandes reflectores de Hollywood. Así se consiguió un financiamiento que le permitió viajar a México.
México: con amor desde Rusia… y Alemania
La revolución mexicana siempre fue una inspiración para los ideólogos de la Revolución de Octubre en el este de Europa, por lo que en su nación natal el cineasta tuvo cierto contacto tanto con las imágenes como con cierta información sobre el país.
Además, la neutralidad de México durante la Primera Guerra Mundial y una creciente afinidad entre los ideales de los gobiernos de ambos países en la época generó un interés genuino de los alemanes por todo lo mexicano, lo que se tradujo en películas, libros y numerosos reportajes.
La cercanía de Eisenstein con México y lo mexicano venía de tiempo atrás. De acuerdo con investigaciones hechas por el académico Aurelio de los Reyes, el legendario cineasta soviético había quedado cautivado por una serie de fotos del Día de muertos que vio en una revista alemana.
Luego, tras su travesía por Estados Unidos, Eisenstein se nutrió de novelas de la revolución como “Los de abajo”, de Mariano Azuela, además de fotografías hechas por Tina Modotti y numerosos artículos de la época.
¡Qué viva México! Un proyecto interminable
El encuentro con el cineasta Robert Flaherty durante un viaje hacia San Francisco y una plática posterior con el muralista Diego Rivera hicieron que el director soviético terminara por decidirse a filmar una película sobre México.
Acompañado por el asistente Grigori Aleksándrov y el fotógrafo Eduard Tissé, Eisenstein comenzó a rodar en territorio mexicano el 11 de diciembre de 1930 en una iglesia de Tacuba, para trasladarse al otro día a la Villa de Guadalupe, donde tomó escenas de las tradicionales peregrinaciones.
Aunque el equipo de rodaje era pequeño, se sabe que no viajaban solos. El gobierno local les impuso la compañía de Adolfo Best Maugard para observar sus actividades, y durante su estancia en el país se sabe que Eisenstein se entrevistó con los principales muralistas, además de Rivera habló con José Clemente Orozco o David Alfaro Siqueiros. Incluso el cineasta exiliado Arcady Boytler coincidió con él en algunos momentos.
Las tomas de “¡Qué viva México!” hacían homenaje al muralismo y a la imaginería de lo mexicano. Desde una boda en el istmo de Tehuantepec hasta las instantáneas dedicadas a la revolución mexicana en una hacienda pulquera de Apan, Hidalgo, pasando por el Día de muertos, estas imágenes ayudaron a formar un concepto de lo mexicano que se explotaría desde el inicio de la época de oro, la cual arrancó con la película “Allá en el Rancho Grande”.
Algunas rencillas entre Eisenstein y el productor impuesto por el matrimonio Sinclair hicieron que el financiamiento se cortara de raíz, por lo que el proyecto magno se interrumpió 14 meses después de iniciado. El cineasta soviético jamás volvería a tocar el material.
Hacia 1933, los productores de la cinta lanzaron algunas versiones del proyecto que no contaban con la autorización del cineasta, y en 1979 se estrenó un montaje hecho por Aleksándrov, que es el que se conoce actualmente.
La influencia del trabajo de Eisenstein en la época de oro del cine mexicano es innegable. De hecho, Gabriel Figueroa, el más importante fotógrafo en la historia del cine nacional, trabajó como asistente de Eduard Tissé en el rodaje, de donde recopiló ideas que quedaron grabadas en la retina de millones de connacionales.
La popularidad de Eisenstein le llevó a codearse con guionistas, actores, directores y productores que, años después, formarían la época de mayor esplendor del cine nacional.