Esther yace en la banca de un parque cercano a Barcelona; la calidez de la noche abriga su hastío y sus ganas de olvidar. Balancea los pies sobre el adoquín, dirige la mirada a los pequeños espacios entre el suelo hasta que sus ojos traicionan su concentración y se dirigen a dos mujeres que se pasean solitarias por la banqueta, del otro extremo. Estas ríen y se pierden entre la oscuridad de las calles.
Entrecierra los ojos como si buscara enfocar o sintonizar una memoria, la clavija de sus recuerdos en México gira hasta que, en su mente, se posa la última vez que vio a Irene, su hermana desaparecida.
A manera de desahogo, por tal memoria, decide abandonar el banquillo en donde descansa y se dirige a una cafetería para lograr despabilar los bostezos que la aquejan. Mientras más pasos da, más se acerca a la niebla, tan similar a Martínez de la Torre, provincia veracruzana que la abrigó a ella y a Irene, en brazos de su madre, Rebecca. Recuerda así, que jamás tuvo un padre, o lo tuvo por menos años de los que le costó olvidarlo.
Esther no lo sabe, o quizás lo ignora, pero su historia representa a miles de mujeres que de un lado a otro surgen de proezas literarias como la de Laura Baeza, o la de cualquier otra fémina, que inquieta, maldice al destino en fragmentos de largo aliento.
Niebla ardiente es la obra de Baeza, y desde el primer suspiro, se asoma como una tormenta esperando retumbar en el corazón de los lectores. La facilidad de lenguaje y la cápsula de memorias que se van contando a la par de la narración, en voz de Esther, sobrepasa lo perspicaz.
Laura explora la naturaleza de Irene, una joven diagnosticada con esquizofrenia desde pequeña, expuesta a la fragilidad de su propia mente y a sus demonios, que crece en una familia de dos mujeres y un fantasma: su padre, un vendedor de automóviles en la frontera de México con Estados Unidos.
Ilustra, de igual forma, las memorias de la joven traductora Esther, su hermana, con problemas mentales, y su vulnerable madre, Rebecca. Tres voces femeniles huyendo de espacios geográficos injustos, marginales, donde nunca existieron, y, por ende, donde nunca se les buscó.
Esther es la persona que relata la mitad de la narración, en primera persona, refiere sus múltiples mudanzas. De Veracruz a Ciudad de México, de la casa de sus tíos adinerados al sur de la ciudad, hasta llegar a un departamento austero en la Narvarte.
Niebla ardiente funge como una protesta del ser humano al abandono, inducido o provocado, y como ejemplo tiene la desaparición de Irene, quien es confundida con una joven víctima de trata de personas; la mudanza tempestiva de Esther a Barcelona para perseguir un trabajo como traductora en una editorial española; y el escape y huida de dos hijas que impactaron cual bala en el corazón de una madre que, igualmente, sufrió la ausencia de un hombre que estuvo, pero jamás se quedó.
PAL