CÚPULA

El encanto que nos rodea

Las cosas que heredamos pueden ser verdaderas joyas, obras de arte únicas

CULTURA

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Objetos de colección y antigüedadesCréditos: El Heraldo de México

"Toda pasión bordea el caos; la del coleccionista, el caos de los recuerdos".

Walter Benjamin, Desembalo mi biblioteca

 

Arrojas un anzuelo al sereno lago de la historia y atrapas objetos, una onda expande líneas aterciopeladas y se diluyen en la nada; bajo la superficie líquida de tantos acontecimientos comunes, cercanos y anónimos hay un profundo abismo de apegos, momentos y cariños. En la esquina de tu vida, alejado de la urbe donde naciste te llaman sótanos de olvidos, habitaciones polvorientas cual depósito de recuerdos, es entonces que nombras las cosas para que existan, ellas no lo saben, pero dotan de significado este recorrido, tramo que te toca vivir, la magia de ser, estar.

En el crepúsculo rojizo de una vida solitaria, Josefina mira a través de una ventana la planicie de ayeres, decide entonces acompañarse de los otros, lo prefiere a conversar con la soledad, la vejez te hace olvidar los espejos, y los objetos; la vanidad murió abandonada en un ático que demandaba amor, ella sabe que el otro nos da más que la añoranza, los recuerdos son muros silenciosos, la compañía calor y cruce de miradas, observar el rostro de mi semejante no permite que la depresión tome posesión, el ánimo es voluntad, la voluntad es vitalidad, esta última es ancla que derrota huracanes y terremotos, no hay tragedias, dramas ni comedias, siempre existe un asidero del cual nos sujetamos para vivir, sobrevivir es una miseria que no debemos degustar.

La mujer que guarda tantos recuerdos suelta finalmente las cosas que tanto amor les imprimió, aparecen en tu escenario cual duendes escondidos los objetos, se asoman despertadores de buró, cientos de libros maravillosos, sacacorchos antiguos, lámparas, vasijas, sartenes de hierro, cucharas soperas, obras de arte, objetos que le dieron libertad y comodidad; un sobre con apuntes, cuadernos de bocetos, un juego chino para fumar opio, una cerámica con pátina deslavada, lienzos, papeles; una tela enrollada en cartón que esconde su autoría, pintura incógnita, aún; relojes de bolsillo, utensilios de tocador, fotografías cifradas, mapas sin brújula, un par de sillas de madera sólida, un espejo desvencijado, la vajilla de los abuelos, una máquina de coser, lámparas sucias, unos dibujos extraños, los muebles de una recámara, enseres de cocina y otras cosas similares constituyen el legado de Josefina. Todo este universo de objetos construyó una familia y, en el devenir del tiempo ya sin dueño tú las resignificas, escribes relatos guardados en los cajones y reviven, ahora son, aunque ellas no lo sepan.

(Créditos: Francisco Moreno)

Nuestras historias familiares y la genealogía que nos antecede no son solo recuerdos y fotografías, apellidos y secretos; con ellas vienen muebles, objetos decorativos y utilitarios, libros, vajillas, utensilios, herramientas, equipos domésticos, ropa, accesorios personales y a veces obras de arte. Todo un conjunto de piezas que los abuelos, los padres y demás familiares reunieron y heredan a sus hijos y nietos, herencias, cosas que conservaron la más de las veces por afecto, recuerdo de momentos y celebraciones; cosas que fueron útiles y dejaron de serlo, pasaron de moda, se descompusieron o simplemente ya no les gustaban.

Hasta hace pocos años muchas de esas cosas se fabricaban o elaboraban con materiales duraderos, maderas finas y herrajes macizos, ensambles increíbles, materiales de gran calidad, mecanismos sofisticados, se confeccionaban bajo el principio de durabilidad y funcionalidad. Sin embargo, en algún momento llegó el ímpetu de hacer las cosas en serie, la elaboración masiva de objetos a bajo costo usó materiales artificiales y frágiles. El consumo desbancó la hechura manual de gran calidad. Hay quienes dicen que debemos deshacernos de las cosas “viejas”, sea porque ya no están de moda o porque apareció un modelo nuevo, sea porque no hay que tener apegos y debemos vivir sin tantas cosas; entonces arrojamos estos objetos al cuarto de trebejos, se los vendemos al carretonero que grita “se compra fierro viejo”, los “donamos” a casas de asistencia o a personas que les pueden ser útiles, es un ciclo de uso y desahucio.

En este ir y venir de objetos nos familiarizamos con ellos y dejamos de verlos, nos son comunes y hacemos caso omiso de su presencia, solo queremos deshacernos de ellos. Pero justo por eso, y por desconocer su valor, no nos percatamos que ese par de buros eran art decó, que el marco del espejo “viejo” era una talla del siglo XVIII, que la vajilla era una Capidimonte de porcelana italiana, que la máquina de coser era la Singer que ganó el primer premio en la Feria Mundial de París en 1855, la recámara una pieza Art Noveu, las lámparas Tiffany, las “pinturas” obra de Hermenegildo Bustos y los dibujos de Julio Ruelas. En la cocina había bateas hermosas, antiguas ollas a presión de hierro fundido, sacacorchos extraños, cubiertos con mango de baquelita, en fin, decenas de piezas que fueron bellas, y que lo siguen siendo.

El uso de las cosas tiene su periodo de vida, su valor permanece, algunos objetos adquieren uno diferente al original, ya sea por sus características o elaboración, por su diseño o autoría. Las cosas que heredamos pueden ser verdaderas joyas, obras de arte desconocidas, esculturas, juguetes de madera, dibujos asombrosos, primeras ediciones de libros, su valor radica en su unicidad, su autoría y elaboración, en la calidad de sus materiales. Rescatar es resignificar, datar el origen de las cosas que aparentemente ya no sirven es una labor sorprendente, muchas resultan piezas de valor histórico, objetos apreciados por coleccionistas, casas de subastas, testigos de una época, un estilo, huellas que narran historias. Su valor trasciende, son piezas que adquieren valía estética y simbólica, son piezas que al entrar al mercado con una tasación diferente se traducen en objetos atractivos para muchos que pagan por su posesión, te sorprenderías de ver cuántas cosas puedes tener de valor.

Al final que nunca lo es, Borges dijo: “El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías notas que no leerán los pocos días que me quedan, los naipes y el tablero, un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada, el rojo espejo occidental en que arde una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas, limas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosos! Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido”.

PAL