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Invitados especiales, diversas culturas y emociones que fabricaron la tercera edición de "Tengo un sueño"

Con la participación de más de dos mil niñas, niños y jóvenes se llevó a cabo, en el Auditorio Nacional

CULTURA

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La dirección escénica de "Tengo un sueño" estuvo a cargo de la actriz y dramaturga Cecilia SotresCréditos: Foto: cortesía Secretaría de Cultura

Lucía todavía brinca de la emoción. Las melodías de 31 Minutos aún resuenan en sus oídos y los millones de papelitos metálicos que han sido lanzados sobre la luneta y el escenario del Auditorio Nacional, le han dejado una sensación de agitación. Su madre se apresura a ir al baño y ella se queda comentando lo maravillosa que ha sido la noche: “Estuvo genial cuando salió vendiendo tamales”, dice feliz.

La pequeña, de 7 años, se refiere al sketch en el que la agrupación chilena puso a su personaje Guaripolo a imitar ese sonido que todas las noches se escucha en las calles de la ciudad. Previo al desenlace de “Tengo un sueño”, la presencia de 31 minutos termina por conectar al público con lo que ha pasado en escena: la experimentada actuación de artistas, tan populares como Lila Downs o la Sonora Santanera, junto a la de niñas, niños y jóvenes para los que resulta, efectivamente, un sueño pararse en el escenario del Auditorio Nacional.

Para muchos de ellos no ha importado que su participación haya sido la de pasar corriendo de un lado a otro del escenario o la de sostener sólo un elemento de utilería: en algún momento del espectáculo todos se sienten parte del esfuerzo colectivo. Son, de acuerdo con la Secretaría de Cultura federal, más de dos mil pequeños, es decir una sexta parte de todos los que integran los 329 Semilleros Creativos que hay en 244 municipios del país, calificados de atención prioritaria por sus índices de violencia y marginación.

Pero más allá de la unidad que ha buscado darle al espectáculo la dirección escénica de Cecilia Sotres, fundadora de la compañía Las Reinas Chulas, y al revuelo que provoca un programa con artistas conocidos, la impronta de “Tengo un sueño” parece estar en otro lado: en esas “12 mil 500 almas y corazones que están transformando su vida, su comunidad, su familia, su país desde el arte”, como dice, antes de comenzar la función, la secretaria de Cultura Alejandra Frausto.

Vianey Juárez tiene 9 años y es parte de esos corazones. Ha acudido con su mamá al Auditorio desde Cocotitlán, Estado de México, municipio cercano a Chalco donde más del 50 por ciento de su población se encuentra en la pobreza, de acuerdo con el Informe anual sobre la situación de pobreza y rezago social 2022. Ella forma parte, desde hace cuatro años, del Semillero Creativo de su localidad, donde hace “dibujos, tapetes, bicicletas, alebrijes y muchas cosas”, dice.

Durante el espectáculo se realizaron 15 entreactos artísticos. Foto: cortesía Secretaría de Cultura.

“Sí, algún día yo estaré ahí”, sueña Vianey. A esas niñas, niños y jóvenes que han actuado en la tercera edición de “Tengo un sueño”, y a todos los que forman parte del programa Cultura comunitaria, incluidos dos mil 500 docentes y promotores, Frausto los ha calificado como “la compañía artística más grande del mundo” debido a que semanalmente tienen cinco sesiones de aprendizaje, de diferentes disciplinas artísticas, en las que trabajan de 2 a 4 horas diarias.

Ese “movimiento”, agregó, trabaja en esos lugares “donde más nos duelen las heridas que nos dejaron, aquellos donde se instaló la violencia como única posibilidad”.

UN MISMO SUEÑO

La misma idea que pregonó Martin Luther King el 28 de agosto de 1963, cuando pronunció su célebre discurso “I have a dream” (Yo tengo un sueño) alcanzó a percibirse en el Auditorio Nacional. Si las palabras del ministro y activista apuntaban al deseo de un futuro armonioso para todos, en “Tengo un sueño” la diatriba fue la misma: el reconocimiento de los afromexicanos, la valoración del multilingüismo y las capacidades diferentes, así como el orgullo por la cultura popular y el rechazo a la exclusión y el racismo.

“Somos los Semilleros creativos y venimos a contarles las historias de nuestros lugares con música, danza y circo”, dijeron los primeros niños y niñas que aparecieron en el escenario junto al actor Mario Iván Martínez, quien fungió como presentador. Después, poco a poco, el espectáculo fue subiendo el ánimo de los espectadores: desde la interpretación de "Alas (a Malala)" de Arturo Márquez, interpretada por la Orquesta Nacional Comunitaria, y conducida por Roberto Rentería, mientras Elisa Carrillo actuaba en el escenario, hasta el cierre de Mare Advertencia Lirika, junto al flautista Horacio Franco.

Al Semillero creativo PIA Armónicos, integrado por jóvenes con neurodivergencias correspondió interpretar "El jicote aguamielero” de Francisco Gabilondo Soler. Después del cuarto movimiento de la “Sinfonía del nuevo mundo”, de Antonin Dvorak, vino un homenaje a los docentes y promotores comunitarios, y más tarde la danza de la Sierra Poblana, con un guion de Nora Huerta.

En la tercera edición de Tengo un sueño participó la Orquesta Nacional Comunitaria. Foto: cortesía Secretaría de Cultura

Lila Downs arrancó gritos de júbilo cuando, junto al Coro Nacional Comunitario, interpretó “Nuestra casa es un país” de Enrique Quezadas y Eduardo Langagne; el grito se volvió más fuerte con los primeros acordes de Mono Blanco, quien ofreció “Versos, coplas y jaranas: se acaba el mundo” y “El jarabe loco”. Uno de los momentos más emotivos llegó cuando Krhistina Giles cantó “¡Me gritaron negra!", de la afroperuana Victoria Santa Cruz.

Compuesta por Susana Harp y José Aguilera, “Afroméxico, sí” fue interpretada por Alejandra Robles La Morena; luego la Sonora Santanera padeció una falla en el sonido, pero pudo retomar el ánimo que ya se había creado. Siguió un reconocimiento de la diversidad lingüística con "Mi lengua es resistencia", cantada en amuzgo, maya, náhuatl, tu’un savi, yaqui y yuhmú. La comunión se había logrado y los encargados de cerrar no iban a permitir que se rompiera: 31 Minutos puso a gritar a todos con “Mi muñeca me habló”, “Bailan sin cesar”, “El dinosaurio Anacleto” y “Yo nunca ví televisión”. Para el final entró Mare Advertencia Lirika, quien junto al Semillero creativo de beatbox y rap, terminó por elevar el llamado a la cultura de paz.

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