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México y EU: Arte en cultura y música

Las minorías nacidas en el sur de la frontera de la unión americana, han nutrido con sus valores culturales todo el territorio estadounidense

CULTURA

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ARTE EN MÉXICO Y EU. Las compositoras mexicanas más destacadas, reco- 1 nocida en todo el mundo. Foto: EspecialCréditos: Especial

El crecimiento de la población de las minorías en EU ha estado siempre acompañado de un progreso social, económico y político, así como de una revalorización de su cultura, su música, su comida y su representación en el entorno dominante. Eso sucedió con los inmigrantes irlandeses e italianos, particularmente en el siglo XIX.

Los mexicanos, hispanos y sus descendientes, que han estado presentes en estos territorios desde antes de la llegada de los puritanos a Nueva Inglaterra, han sufrido igual que los pueblos originarios y los afroamericanos, el desdén de ser considerados “razas inferiores”; y, con el tropo de ser flojos y no merecer tierras de tal riqueza, han sufrido despojos los primeros, y esclavitud los segundos. Es este el “pecado original” de la Unión Americana, el racismo de quienes se sienten privilegiados por el color de su piel, que han tratado de negar o minimizar a las minorías y que han imaginado que cualquier progreso de estas, implica una pérdida de sus ventajas. Este es el punto básico de las discusiones políticas entre liberales y conservadores, sureños tradicionales y progresistas del noreste o de California.

Una forma de ver el futuro es analizar los datos demográficos y justo hace unos días quedó claro que los “blancos” en EU habían sufrido por vez primera una disminución del 2.6 por ciento, en parte por el envejecimiento de este sector, y que 23 millones de personas se identificaron como hispanos, asiáticos, negros, o parte de más de una raza.

El resultado es que, dentro de estas minorías, que sumadas son mayoría en muchas grandes ciudades de EU, las nuevas generaciones de gente “de color”, entre ellos los de ascendencia mexicana, han ocupado posiciones cada vez más importantes en la política, la economía, la gastronomía, la música y la vida cultural y académica de este país de inmigrantes.

Uno de los más importantes académico sobre temas migratorios, profesor de la Universidad de Stanford, es el Doctor Tomás R. Jiménez, quien en uno de sus libros compara como mientras al suroeste de Manhattan, a menos de una milla y cerca de la Estatua de La libertad, se ubica la Isla Ellis, famoso símbolo de la inmigración estadounidense. Durante el período de intensa migración europea, que va de 1880 a 1920, cuando 24 millones de migrantes llegaron a Estados Unidos de países como Irlanda, Italia, Polonia, Hungría, Austria y Rusia, en busca de libertad religiosa y política y oportunidades económicas, ahora se ha convertido en un museo de la migración, la garita que une y separa a Tijuana de San Diego, la frontera más cruzada del mundo. No se encuentran museos ni monumentos, sino cuellos de botella y campos de batalla ideológicos que excluyen a familias de México y Centroamérica, que al igual que los migrantes de la Isla Ellis persiguen el “sueño americano”.

BETSABEÉ ROMERO. Petate Urbano, 42 fragmentos de llanta con incrustaciones de maíz. De la exposición “El vuelo y su semilla”, Instituto Cultural de México en Washington, Estados Unidos, 2017. Cortesía: Betsabeé Romero.

Pero el avance de las aspiraciones de esta población está ilustrada con la llegada al éxito de muchas y muchos de ellos en todos los quehaceres, particularmente en la vida cultural. La música de Gabriela Ortiz, Enrico Chapela y una pléyade de compositores mexicanos, o de origen mexicano, está presente en las grandes salas de conciertos. El celebérrimo director venezolano, titular de la Filarmónica de Los Ángeles y próximamente también de la Ópera de París, Gustavo Dudamel ha declarado que Ortiz “es un de las más talentosas compositoras del mundo. No sólo del continente, no sólo de México: de todo el mundo. Tiene la habilidad de traer armonías que conectan con todos nosotros.”

Ese es el punto: la cultura como eje de conexión, no de exclusión, entre seres humanos. En la música popular y la música de concierto han figurado compositores e intérpretes mexicanos desde siempre. El siglo XX vio surgir al gran trompetista Rafael Méndez o al gran Carlos Santana, a Linda Ronstadt, quienes lograron triunfar, tanto con repertorios “latinos” y mexicanos, como con los géneros dominantes.

En el mundo de la ópera, cantantes como Belén Amparán, mezzosoprano de increíble presencia escénica que cantó en la inauguración del Metropolitan Ópera en Lincoln Center o el tenor Salvador Novoa, que encarnó por vez primera a Bomarzo en la ópera del mismo nombre del célebre compositor argentino Alberto Ginastera, abrieron brecha a generaciones de ilustres cantantes que han llegado de México a los grandes teatros de ópera de EU. Plácido Domingo, Francisco Araiza, Ramón Vargas, Rolando Villazón, Javier Camarena y Arturo Chacón Cruz son sólo algunos de los tenores estelares que han triunfado en este país y en todo el mundo. Las sopranos y mezzosopranos mexicanas, y de origen mexicano y latinoamericano, conforman otra larga lista que podría encabezar la gran diva tapatía Gilda Cruz-Romo, excelsa intérprete de canciones mexicanas y de óperas verdianas; de origen peruano Jessica Rivera ha sido la intérprete ideal de música contemporánea de compositores como John Adams y Oswaldo Golijov, con un gusto impecable y una perfección sobrehumanas. Ailyn Pérez, hija de inmigrantes mexicanos, nació en Chicago escuchando a Juan Gabriel y es ahora una de las sopranos más activas en el mundo lírico, otro tanto puede decirse de la nicaragüense Gabriella Reyes o de la americana de origen italo-puertorriqueño Nadine Sierra. El listado es necesariamente incompleto e interminable.

Pero vemos también una creciente lista de mexicanas y mexicanos en posiciones de gran responsabilidad dentro del quehacer cultural. El gran Museo Nelson-Atkins de Kansas City Missouri, tiene la fortuna de contar con el liderazgo de Julián Zugazagoitia; otro tanto se puede decir del Museo de San Diego que tiene en el timón a Roxana Velázquez, ambos líderes son personalidades de primera fila en el mundo cultural norteamericano. En la dirección de la Ópera de Santa Fe, uno de los más importantes centros líricos de verano se encuentra David Lomelí, que ha centrado su quehacer en la dirección artística después de una importante carrera como cantante.

En la educación musical, Enrique Márquez es desde hace unos meses, director de uno de los más importantes programas de música para jóvenes: el Centro Interlochen en la hermosa región de los lagos de Michigan, donde él mismo estudió la preparatoria.

Numerosos académicos mexicanos son directores de programas en universidades; mención especial merece la doctora poblana Adela Pineda Franco, recién nombrada directora del Instituto de Estudios Latinoamericanos “Teresa Lozano Long” de la Universidad de Texas en Austin, cuya biblioteca, de la que es también directora adjunta, contiene los materiales más ricos sobre México del continente, ¡incluida la mismísima Biblioteca Nacional de México!

¿Qué diferencia hay entre hispanos, mexicanos, chicanos o latinx? En algún momento se llamó hispanos a quienes habitaban los territorios que pertenecieron a México o a la corona española y que fueron invadidos y más tarde supuestamente “comprados” por el vecino del norte. Chicanos, término originalmente despectivo, fue el que asumieron grupos de derechos civiles en los años 60 y que descendían directamente de los “pachucos” de los 40 y 50, “ni de aquí, ni de allá”, es decir ni estadounidense, ni mexicano, pues ambos países los despreciaban, principalmente por las deformaciones al canon tradicional de las lenguas española o inglesa —hablaban spanglish—. Esto dio origen a programas académicos que revalidaron su cultura, su música y su forma de hablar desde la década de los 60 y 70, principalmente en varios campus de la Universidad de California, Santa Bárbara, Los Ángeles, Berkley y Santa Cruz, dónde vivió una de las figuras icónicas, Gloria Anzaldúa, cuya obra toca temas de espiritualidad, teoría literaria, feminismo y activismo político.

Latinx es un término reciente, rechazado o ignorado por un porcentaje importante de hispanohablantes; su uso es más frecuente entre jóvenes con educación universitaria que entre adultos, más aceptado entre mujeres que entre hombres, la x al final del término subraya una neutralidad de género. También es más popular entre demócratas que entre republicanos. Como sea que nos refiramos a esta población, queda claro que es un grupo plural, talentoso, orgulloso de su historia y de su arte, de su herencia y su gastronomía y que es la población que más crecimiento demográfico presenta y que pronto superará a otras minorías, al tiempo que los blancos anglosajones serán una minoría. Vale la pena conocerlos, admirar su lucha y creatividad, entre ellos he encontrado a algunos de los mejores mexicanos que conozco.

Por Benjamín Juárez Echenique

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