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CÚPULA

MÉXICO, orígenes y tiempos distintos

Los pueblos indígenas representan un desafío al modelo hegemónico de desarrollo que ha generado desigualdad y exclusión

CULTURA

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Cocina, Triquis de San Andrés Chicahuaxtla, Oaxaca. Foto: FacebookCréditos: Facebook

México es un país de orígenes y tiempos distintos; en su territorio habitan 68 pueblos originarios, comunidades y minorías étnicas de otras latitudes, que sin duda han enriquecido el bagaje cultural de quienes habitamos este país. No obstante, los pueblos indígenas definen el rostro de México, día a día vivimos y disfrutamos de las expresiones culturales de los pueblos originarios a través, entre otros, de un calendario festivo, inagotable, que mantiene, da sentido de pertenencia, y contribuye a la cohesión de los diferentes como si fuéramos uno solo, que deja hilos para que,  el que esté dispuesto, los vaya tomando, los vaya uniendo, tejiendo para definirse a sí mismo y su relación con el otro. 

El México diverso se une en las celebraciones del Día de Reyes; de las fiestas de carnaval, con sus diferentes sentidos y expresiones de la ritualidad indígena y sus contrastes en las comunidades urbanas; las festividades de la Semana Santa, con rituales tan intensos como el fervor de sus practicantes; la fiesta de la Santa Cruz, que nos permite honrar a los constructores materiales de nuestros entornos y sus orígenes, por supuesto con un sentido más profundo de quienes lo celebran; la fiesta de Todos los Santos; de la festividad de muertos, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, que vincula al aquí y el ahora con un futuro lleno de certezas y místico, que permite honrar a los ancestros por el conocimiento heredado, agradeciendo con mesas abundantes y espléndidas que honran desde la cosmovisión indígena el conocimiento preservado y dan fe de su continuidad; de las diferentes advocaciones marianas en el transcurso del año. Calendario que es aprovechado para promover y articular diferentes expresiones culturales y económicas, a través de festivales de todo tipo, de comida, baile, música, danza, teatro, dulces, flores, artesanías, oferta ilimitada de opciones, en todas, de forma subyacente el México indígena, el México profundo de Guillermo Bonfil. 

México se ostenta en sus pueblos originarios; la recién Miss Universo mexicana impactó con un traje motivado en las raíces y tradiciones culturales indígenas y populares; día a día nos encontramos en el mercado nacional e internacional con ofertas de productos inspirados en la geometría de la imaginación de los pueblos indígenas; nos deslumbran las “nuevas” propuestas gastronómicas, que elevan los precios de las mesas más antiguas y milenarias, que exponen a un mercado sin ética, su patrimonio biocultural. Día a día se oferta la religiosidad del “indio”, “profunda y mística”, motivando el consumo de las plantas sagradas, desvirtuando su profundidad.

Lo grave es que somos testigos del despojo, perdida y comercialización del patrimonio material e inmaterial de los pueblos indígenas y no asumimos conciencia y responsabilidad ente ello; vemos como se deterioran y destruyen sus estructuras comunitarias, por la violación a sus derechos. Hoy los territorios indígenas y sus recursos están en el interés de muchos, se olvida que todo eso que disfrutamos en la fiesta, en la cotidianidad de nuestra vida, se sostiene, se recrea, se transmite y se preserva en las estructuras comunitarias, el trabajo comunal, el que aporta el individuo para bien de la colectividad, ha permitido la conservación de sus territorios y sus recursos, base material en la que se construye y a la que da respuesta su cosmovisión, condición de su continuidad histórica y cultural,  la transmisión de sus saberes y conocimientos a través de su lengua y de sus formas de educación comunitaria, el servicio a la comunidad cumpliendo una obligación en la administración pública municipal adaptándose a las estructuras coloniales heredadas, al municipio como unidad administrativa y de gobierno, vínculo con toda una estructura de poder encima de él, pero que ni siquiera es motivo de reclamo,  más bien se constituye en el escenario más asimilable para ejercer el derecho a la autonomía y a la libre determinación, enunciados en el artículo 2, en lo que podríamos llamar la primera Reforma indígena en rango constitucional. 

Foto: René Castillejos

Ante las amenazas globales, es de seguridad nacional (y no exagero) garantizarles el ejercicio de la libre determinación sobre sus territorios, recursos naturales, genéticos y biológicos, para su administración y preservación del conocimiento tradicional sobre ellos, para mantener una armonía y equilibrio en las relaciones de la humanidad con la naturaleza. 

Los pueblos indígenas representan un desafío al modelo hegemónico de desarrollo que ha generado desigualdad y exclusión; ellos son la oportunidad para una verdadera transformación. 

México necesita otra reforma indígena para garantizar la diversidad y pluriculturalidad reconocida en la Constitución, no sólo el reconocimiento como sujetos de derecho, para informar, consultar y consensuar el desarrollo de proyectos de terceros en sus territorios, sino también para dotar de nuevas atribuciones al Ayuntamiento, para que desde ahí, y en coordinación estrecha y cercana a las comunidades, puedan ejercer y convertir ese lugar en el espacio de gobierno en donde se defina, con claridad y a la luz de su cosmovisión, su propuesta de desarrollo,  en un escenario propicio para el ejercicio de los derechos colectivos de los pueblos indígenas.

MÁS DE LA AUTORA}

  • Es directora de Derechos de los Pueblos Originarios de la Secretaría de Pueblos Indígenas y Afromexicanos de Oaxaca.

  • Es miembro del Consejo Consultivo del Programa Regional de Participación Política de la Fundación Konrad Adenauer Stiftung.

  • Fue directora General de Culturas Populares e Indígenas del Conaculta, hoy Secretaría de Cultura.

  • Es autora y compiladora del KAS Paper Participación y representación política indígena, 2019.

Por Griselda Galicia García

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