PABLO RULFO

Un instante y la eternidad: Pablo Rulfo y sus retratos del alma

El artista lleva varios años trabajando en la serie titulada “Calle de Cantarranas 34”, a partir de fotografías antiguas

CULTURA

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PABLO RULFO. La muñeca y Tres generaciones, 2020. Tinta y temple de huevo sobre papel algodón, 55.5 x 38.5 cm. Cortesía del artista.Créditos: Cortesía

Corre la década de los 80 del siglo XIX y una pareja de novios llega al estudio de fotografía instantánea del número 34 de la calle de Cantarranas, en la ciudad de Guanajuato. Ella, cubierta de blanco de pies a cabeza y él, de bigote acicalado, boutonniere en la solapa y guantes en mano. Entonces Romualdo García (Silao, 1852-1930), reconocido fotógrafo, los observa con ojos inquisitivos y los dirige a la sala de exposición en donde les espera un hermoso jardín exótico pintado en un fondo de tela. Allí es donde le pide a ella que tome asiento y a él que apoye galantemente el antebrazo en el respaldo de la silla. Pasan varios minutos mientras don Romualdo logra la escena exacta: la altura del rostro, la colocación de las manos, la inclinación de la cabeza. Los novios permanecen quietos, solemnes, adustos, y para cuando suena el disparo de la cámara ellos ya no están atentos al mundo exterior, sino que han vuelto la mirada hacia adentro. 

PABLO RULFO. La muñeca y Tres generaciones, 2020. Tinta y temple de huevo sobre papel algodón, 55.5 x 38.5 cm. Cortesía del artista.

Y es esa mirada interior, esos retratos del alma, lo que fascinó a Pablo Rulfo (Ciudad de México, 1955) cuando conoció las fotografías de Romualdo García 100 años después. Rulfo, explorador paciente y obstinado del espíritu humano –aquel que trasciende tiempos y espacios– lleva trabajando desde entonces y hasta hoy una serie titulada “Calle de Cantarranas 34”, que consiste en una colección de pinturas hechas con tinta y temple de huevo sobre papel de algodón, del molino alemán Zerkall. Algunas de ellas tienen aspecto de apuntes o de obras inconclusas, pues al artista no le interesa terminarlas, sino capturar, ahora con el pincel, esa misma esencia viva que quedó plasmada en los retratos de Romualdo García. En ese sentido, Rulfo funge como una suerte de médium, y a través de estas obras se establece un diálogo íntimo con aquellas presencias que, aún en la muerte, palpitan; que observamos y nos observan desde el papel fotográfico: parejas de novios, madres arrullando a sus bebés muertos, niñas con sus muñecas, familias completas, tanto personajes de la alta sociedad finisecular, como curas, músicos, albañiles y mineros. 

PABLO RULFO. Para la boda, 2020. Tinta y temple de huevo sobre papel algodón, 55.5 x 38.5 cm. Cortesía del artista.

Las fotografías y las pinturas resultan una reflexión en torno a la muerte y la permanencia. La de Rulfo es una búsqueda en el tiempo, inagotable, una continuación vital articulada en un espejo infinito de miradas. Conversando con él sobre la serie que le ha obsesionado por años, me dijo: “Es curioso que la calle se llame Cantarranas, como si todos los personajes fueran cantos de ranas, como un rumor”. Y todo el que mira sus pinturas se integra irremediablemente a ese flujo de murmullos encontrados, ad eternum.

Por Pilar Alfonso

avh