Cada 5 de mayo, las y los peñoneros cargan sus rifles con pólvora y pintan sus pieles de negro para conmemorar un año más de la Batalla de Puebla; la tradición inunda las calles del Peñón de los Baños hasta llegar del otro lado y pasar sobre Pensador Mexicano (ambas ubicadas en la alcaldía Venustiano Carranza). Confome la mañana fue avanzando, los cañonazos se escuchaban cada vez más fuerte y eran más constantes, lo que sólo podía indicar que el desfile conmemorativo estaba a punto de comenzar.
Fue así como la Avenida Río Consulado que llega hasta el Aeropuerto Benito Juárez fue cerrada para dar paso a las personas que, con rifle en mano y pólvora en las bolsas, cruzaban el desnivel haciendo retumbar a los espectadores que, con los oídos cubiertos por sus manos para amortiguar el ruido, esperaban ansiosos el desfile.
Mientras en el carril exterior los autos pasaban lentamente, los vecinos de la zona comenzaron a ocupar las banquetas para esperar, en medio del sol, a los franceses que llegarían encabezando el desfile. Poco a poco la calle se fue llenando de poblanos vestidos de negro, con sombreros de paja y adueñándose de la avenida los cañonazos más cercanos comenzaron a retumbar y los autos dejaron de circular por el lugar, quizás por el miedo de aquellas ensordecedoras explosiones controladas.
Mientras los poblanos esperaban la llegada de los franceses, como si de una batalla se tratara se alinearon a lo largo de la calle, pero la formación se rompió cuando el calor comenzó a derretir la pintura de sus rostros, buscando una forma de refrescar las gargantas ubicaron la tienda más cercana para abastecerse de cervezas y cocteles preparados y, en medio de la calle, bebieron una tras otra.
Aunque el ruido de los cañonazos aún se escuchaba lejano, ya se podía ver el ejército azul avanzando en la dirección de los autos y sin esperarlo, de pronto un estruendo rompió el sonido de las personas que, sin esperarlo, fueron testigos de un cañonazo que hizo eco debajo del puente, lo que resultó en algunos gritos.
Anunciados por este cañonazo encerrado, los franceses ocuparon la calle. El desfile era encabezado por personas vestidas de amarillo brillante que dirigían el contingente en el que se podían encontrar niñas y niños de todas las edades quienes, emocionados, ondeaban la bandera francesa mientras a su alrededor el tronar de los rifles era constante.
Como una postura rebelde, la bandera de México también ondeaba en manos desconocidas y algunos carros incluso se detenían por completo para apreciar a quienes buscaban encontrar alguna sombra en aquel desierto citadino.
La avenida pronto se llenó de un mar azul y rojo que entre explosiones anunció su llegada; las banderas de Francia comenzaron a ondear en el casi inexistente viento que había en la ciudad y lejos de parar las detonaciones, éstas se hicieron más fuertes y aunque no existió ningún accidente por ello, muchos espectadores prefirieron alejarse de la multitud para resguardar sus oídos de las detonaciones.
Entre decenas de personas, algunos rostros atinaron a mirar a las pocas cámaras que había en el lugar y con una sonrisa decidieron frenar su camino para ser captados como una historia más del barrio, mostrando con orgullo el traje que fue confeccionado a su medida y que cada año cambia, invirtiendo grandes cantidades de dinero en ellos.
El estruendo del Peñón de los Baños
Todo parecía relativamente silencioso hasta que aquellos franceses usaron el medio de la calle para rellenar los tubos metálicos de los rifles y como si fuera algo cotidiano sacaron la pólvora de sus trajes para después usar una vara metálica y así colocar de manera correcta el explosivo. El sonido producido por la pólvora no se compara con los cuetes comunes, éste logra estremecer a quienes lo escuchan y para los autores de la explosión no queda más soltar el arma para no lastimar sus brazos.
Poco a poco, el estruendo se hizo más fuerte y los poblanos llegaron para mezclarse con sus rivales y lejos de convertirlo en una batalla real, ambos grupos se fundieron con la música de la banda que los acompañaba para detenerse a bailar en medio de la calle y, sin inmutarse, ocuparon la avenida por aporximadamente media hora. Algunos policías dirigían a los pocos autos que aún pasaban por la zona, pero evitaban hacer contacto con las personas.
Después de algunos minutos, el desfile avanzó en dirección a la calle Pensador Mexicano, dejando a su paso un camino de humo y pólvora que atenuó por un momento la luz del sol. El baile al ritmo de la banda hizo más ameno su camino y como si hubiera sido ensayado hasta el cansancio, las niñas y niños que portaban los trajes tradicionales ponían su energía en no olvidar ningún paso del baile que los adultos les habían mostrado.
La llegada de los Venados de Transval
El desfile avanzó hasta llegar al mural de los Venados de Transval, en donde se congregaron para bailar y echar unos cañonazos en honor al barrio, a sus antepasados que han sido despedidos de la misma manera y a las nuevas generaciones que no están dispuestas a dejar morir esta tradición. Algunos de los más expertos enseñaron a los jóvenes cómo usar el rifle, pero la poca experiencia no los dejó explotarlo y terminaron por regresarlo cargado.
Pero los hombres no son los únicos que pertenecen al barrio de los Venados ya que el desfile estuvo representado también por mujeres peñoneras que lejos de quedarse con un papel secundario tomaron los rifles y cañones para avanzar juntas y mientras compartían las caguamas reían al ver que los demás se preocupaban por su seguridad.
Porque las mujeres también pertenecen al barrio y son quienes lo sostienen; porque ellas también luchan y se mezclan en las celebraciones y cuentan con sus propias tradiciones que, a pesar de ser invisibilizadas, no mueren.
Al llegar al territorio de los Venados de Transval, una cabeza de venado real se convirtió en el centro del homenaje mientras aseguraban que el lugar sería protegido con ese espíritu. En compañía de las explosiones, el mural de los Venados y la virgen que protege su esquina el barrio levantó la cabeza para gritar "¡De este y del otro lado! ¡Puro pin** Venado!"
Con la porra que los protege y las caguamas que los refresacan el desfile se fue disolviendo hasta que quedaron sólo los habitantes de las casas aledañas, quienes desde la azotea veían los cañonazos salir volando y escuchaban las risas del barrio, que una vez más demuestra la resistencia ante una gentrificación que no cesa, apropiándose de su cultura y reinventando las tradiciones hasta hacerlas permanentes.
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