Justicia y derecho

Mujeres y niñas, los viajes a la Luna

¿Existen condiciones e incentivos suficientes para estimular la realización de investigación para niñas y mujeres?

Mujeres y niñas, los viajes a la Luna
Fabiola Martínez Ramírez / Justicia y derecho / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

La naturalización de los sistemas culturales y sociales en donde la asignación de roles se asume casi de forma orgánica, ha traído como consecuencia la consolidación de techos de cristal en el ámbito profesional de algunos grupos de personas. Esta expresión desarrollada en la década de los setenta identifica barreras estructurales, normas y prácticas que impiden el ascenso de mujeres -o de otras categorías socialmente excluidas- en puestos de toma de decisión o de liderazgos importantes que repercute en su empoderamiento económico y desde luego en su desarrollo personal. El trabajo no solo es una forma de contribuir a las necesidades familiares, sino también es parte indispensable del bienestar personal.

El ámbito de la investigación de frontera, científica y tecnológica, no ha quedado ajeno, y ello representa también una urgente necesidad que se vincula de forma interdependiente con la protección y garantía de otros derechos humanos de forma consistente, también agraviados, como lo son los derechos reproductivos y el ejercicio de maternidades elegidas; el derecho al cuidado y sus dimensiones, también como un genuino trabajo, no remunerado, no redistribuido y en muchos casos no reconocido, es invisible, se ha normalizado, indispensable para la subsistencia humana. Aquellas tareas que realizamos de forma consistente y silenciosa, que corresponden a todas y todos, con un mayor énfasis en su requerimiento por algunas personas como son las y los niños, personas con discapacidad y personas adultas mayores, su ejercicio puede colisionar con el autocuidado.

En esta narrativa, y a manera de analogía, en 1929 la autora británica Virginia Woolf, en su obra “Una habitación propia”, revela la necesidad de la independencia económica y del derecho a la educación para poder “escribir novelas” haciendo un análisis sobre las libertades, e incluso capacidades -muy importantes- de las mujeres escritoras, para desarrollar proyectos de calidad como lo han hecho los grandes escritores de siglo XVI, que han sido reconocidos, y cuyos trabajos han tenido influencias universales.

También dilucida sobre el efecto de la pobreza en este propósito, las mujeres y la novela, y las condiciones necesarias para la creación de la obra de arte. Este augurio es permanente, ¿cómo hacer ciencia que aporte a los problemas que urgen a la sociedad de forma paralela con las funciones de cuidado o desde maternidades presentes? ¿existen condiciones e incentivos suficientes para estimular la realización de investigación para niñas y mujeres? La pregunta no revela la existencia de innumerables ejemplos de mujeres y hombres brillantes y que han destacado en el terreno científico, pero sí da pautas para enfatizar las limitaciones de mujeres en esta área de influencia.

En el recorrido histórico se hace presente. La primera mujer médica en nuestro país, Matilde Montoya, quien logró obtener su título en 1887 con importantes complicaciones, requirió la intervención de Porfirio Díaz que a través de un decreto que disponía igualdad de derechos y obligaciones en la entonces Escuela Nacional de Medicina, le permitiría presentar su examen profesional en una época en donde esta disciplina estaba reservada para hombres, una muestra de que es posible romper el techo de cristal, ¿cuál es el costo?

Si bien la educación es un derecho humano y un elemento indispensable de las y los investigadores, también tiene una influencia en la ruptura de sistemas opresores y como un elemento determinante para la movilidad económica, la ruptura de las desigualdades se ve influida por el acceso de las y los niños a la educación, coadyuva a la disolución del sistema que naturaliza la idea de que las niñas se quedan en casa a ayudar a labores del hogar y a las funciones de cuidado y los niños participan en el espacio público. Las ideas que se han transversalizado de forma tal que, inclusive, existen profesiones más propicias para hombres y mujeres a través de los estereotipos.

En el ámbito científico los límites y obstáculos para la creación de conocimiento de frontera no son menores, se trata de procesos invisibles, no percibidos, normalizados que provocan limites en los accesos a la igualdad y en otros casos discriminación. También en altas esferas del reconocimiento científico y tecnológico encontramos los techos de cristal, esta expresión que aborda aquellas prácticas o normas aparentemente invisibles que impiden el ascenso de las mujeres a puestos de liderazgo, o de toma de decisión. En el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), de conformidad con la ficha de monitoreo 2022-2023 del entonces Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología, en esa fecha, había 36 mil 624 miembros del SNI, de los cuales 14 mil 174 correspondía a mujeres, lo que representa el 38%. De acuerdo con los resultados de la convocatoria 2024, en el nivel de emérito se aprobaron 85 personas, de las cuales 29 fueron mujeres y 56 hombres, lo que corresponde al 34%. Este indicador nos presenta una brecha importante en la distribución de estas menciones. De conformidad con Naciones Unidas, en el ámbito de la inteligencia artificial, sólo uno de cada cinco profesionales, es mujer.

Las acciones afirmativas no son políticas que legitiman los privilegios o promueven favoritismos, representan una mirada urgente a la desigualdad histórica y arraigada, la revisión permanente -ojalá institucional y estatal, individual y colectiva-, para nivelar a través de políticas estas barreras que han impedido el reconocimiento de las desventajas presentes. En este caso, en el área de investigación, que impiden que más mujeres y niñas, hagan viajes a la Luna.

Fabiola Martinez Ramírez

Directora del Departamento Regional de Derecho, CDMX, Tecnológico de Monterrey.

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