Desde su nacimiento como nación en 1776, Estados Unidos siempre se ha basado en una visión particular de influencia hacia el exterior y una narrativa de superpotencia al interior, sumada a sus pilares transversales de Estado de derecho, libertad económica e incentivos al consumo. Su política exterior ha sido muy clara desde la Doctrina Monroe para limitar las intervenciones europeas en el continente americano; pasando por su etapa de imperialismo y expansionismo, comenzando así con su intervencionismo; posteriormente, ya inmersos en la Guerra Fría y su “contención al comunismo”, la etapa intervencionista fue más que evidente, creando organismos supranacionales que compartieran su visión y consolidándose en la Posguerra Fría, emergiendo como el hegemón mundial.
Llegó el nuevo milenio y con él la visión estadounidense de la guerra contra el terrorismo y su intervencionismo, ahora revestido como “el Big Brother” impulsor de la paz y la democracia. Así llegamos hasta la “era Trump” y su óptica basada en el nacionalismo y proteccionismo. En su primer mandato se retiró de acuerdos multilaterales (como el Acuerdo de París), presionó a aliados de la OTAN para gastar más en defensa y aplicó políticas proteccionistas contra China y México. No obstante, en aquel periodo no pudo ser tan incisivo, puesto que buscaba la reelección, pero sembró su semilla.
En nuestros días y ya de vuelta a la Casa Blanca, Trump ha optado por extremar su visión de nacionalismo y proteccionismo comercial. Fiel a su estilo, ha logrado imponer su narrativa de que “el mundo se ha aprovechado del -gentil- Estados Unidos” y que “el extranjero viene a robarse los empleos del ciudadano estadounidense”. En contra de propios y extraños ha amenazado a medio mundo (literalmente) con la imposición de aranceles a lo que no sea hecho en su totalidad en “suelo americano” y no enarbole los ideales de “America”. Está dispuesto a acabar con aliados, enemigos, comercio, cooperación, con la historia en política exterior y todo lo que se le ponga enfrente.
En esta vertiginosa montaña rusa, otra vez Trump arremete con el alza a las tasas arancelarias de la industria automotriz en todo el mundo, sumándole el 25% al impuesto ya establecido a partir del 3 de abril. Esto sin importarle que Estados Unidos fue el mayor importador de automóviles a escala global en 2024 ni que la mitad de los autos vendidos en Estados Unidos se produzcan en el extranjero, por lo que un efecto inmediato será el alza de la inflación. La importancia para nuestro país es que México fue su primer proveedor de autos en 2024, con 49,987 millones de dólares, seguido de Japón (40,766 millones), Corea del Sur (38,020 millones) y Canadá (28,400 millones).
Así, aunque Trump mencionó que México y Canadá -siempre y cuando se alineen- se les hará una “rebaja” de aproximadamente 15%, la amenaza sigue ahí. Lo que México y el mundo deben de atender, más allá de esta guerra comercial, es la visión que tiene el presidente Trump y sus allegados de Estados Unidos y del mundo, llamarle “Día de la Liberación” a la imposición de aranceles es una pista. Tenemos que cambiar la lente para ver la realidad política y no solamente la comercial, volver a darle sentido a la política exterior, entender la narrativa de Trump y de ahí partir para contrarrestarla.
POR ADRIANA SARUR
COLABORADORA
@ASARUR
MAAZ