El 12 de enero de 2009, la hoy presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, se pronunciaba contra la matanza de niños palestinos durante la llamada "Operación Plomo Fundido" por parte del Ejército israelí en Gaza.
En el breve texto Salvar al mundo que hoy se llama Gaza, publicado en la sección El Correo Ilustrado del diario La Jornada, Sheinbaum se decía "horrorizada por las imágenes de los bombardeos del estado israelí en Gaza(…) ninguna razón justifica el asesinato de civiles palestinos (…) nada, nada, nada, puede justificar el asesinato de un niño. Por ello, me uno al grito de millones en el mundo que piden el alto el fuego y el retiro inmediato de las tropas israelíes del territorio palestino".
La semana pasada, en un solo día, Israel asesinó alrededor de 200 niños y 100 mujeres en Gaza. Por su parte, a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el gobierno mexicano lamentó "el reinicio de las hostilidades en Gaza (sic), que han dejado más de 400 víctimas civiles, incluyendo mujeres, niñas y niños".
La rutinaria tibieza del comunicado del gobierno mexicano no es novedad; desde la década de 1980 se ha afianzado una política de supuesta equidistancia, la cual termina por favorecer a Israel. Se podrá argumentar que no es lo mismo ocupar la silla presidencial que ser vocera de la campaña de López Obrador cuando escribió el texto en La Jornada.
Como presidenta de la nación, Sheinbaum ahora se enfrentaría a la ira de la oligarquía en Washington, tanto como de los grupos de interés empresariales y mediáticos, nacionales y transnacionales. Desde esa perspectiva, se impone la discreción. Con todo, la discreción no equivale a vacío crítico.
La cuestión es que el genocidio en curso en Gaza y la destrucción de Cisjordania son un punto de inflexión en la historia del orden internacional liberal de la posguerra, por sus consecuencias geopolíticas y normativas. Eso hace que la incapacidad de llamar siquiera a Israel por su nombre, y a las cosas por lo que son –ocupación, genocidio–, sea tan abrumadora.
Los funcionarios repiten que es un tipo de diplomacia positiva para proteger el interés nacional. Entonces, se impone la necesidad de precisar los términos. ¿De qué interés nacional estarán hablando? De uno que se valida un conjunto de acciones ilegales e inmorales.
Igual que los israelíes, que estos días salen a la calle para "salvar a la democracia israelí" y denunciar que con Benjamin Netanyahu peligra la vida de los rehenes, sin referirse a los habitantes de Gaza. ¿Exactamente de qué democracia estarán hablando? Una que lleva a sus espaldas la destrucción y la muerte cotidiana de inocentes. Pero se trata de un contrasentido.
Entender a Palestina como una lucha anticolonial, una lucha por la dignidad humana y una elemental lucha por existir debería ser el punto de partida para instalar términos elementales de la reflexión.
POR MARTA TAWIL
Investigadora de El Colmex
MAAZ