
Su rostro tiene cierto matiz infantil y cuando sonríe aparece el niño que lleva dentro. A Gabriel le gusta jugar, usa sus manos; toma pinceles de diferentes grosores y los empapa de color. Cada mechón vierte sobre un lienzo trazos cual veredas, caminos y senderos; no hace bocetos, improvisa y construye escenarios lúdicos, ventanas a través de las cuales observamos una gama de colores, líneas y formas, y cuando las contemplamos con detenimiento aparecen personajes y objetos, momentos que fragua su instinto, la intrepidez de sus emociones.

La densidad lumínica del sol es mayor donde vive, la temperatura se eleva y el cielo vira del azul al blanquecino brillante; la luz delinea con mayor precisión los objetos y la dispersión solar baña de amarillo el entorno. Quizá por eso en la gama cromática de las obras de Gabriel Ramírez predomina este color, la calidez primaria a la que resalta con toques de azules, verdes, anaranjados. Con planos complementarios de tonos claros y otros obscuros o entre cuadrantes y círculos, formas y figuras erige sobre la tela en blanco su pintura, solo eso. Gabriel pinta sin preámbulos, sin reflexiones ni tramas que descubrir, su tema es la pintura en sí misma.


El Seminario de Cultura Mexicana se ha convertido en una excelente alternativa para disfrutar exposiciones de primer nivel. La selección que hacen de ellas da cuenta del sólido trabajo en equipo de un comité que dirige con acertada visión el arquitecto Felipe Leal. La muestra que abrió el pasado mes de febrero con obra de Gabriel Ramírez es un ejemplo de ello. “Algo en el sol” es una pasarela por la que desfilan 38 lienzos de mediano formato y solo algunos pequeños, pero de igual factura.

Gabriel atesora más de ocho décadas y son pocos los miembros que sobreviven a su generación. Su primera exposición individual en la Galería Juan Martín en la Ciudad de México fue en 1965 y desde entonces la pintura es su mayor pasión, sin que ello le impida escribir sobre temas que le atraen, como el cine, la literatura y la fotografía. Su libro Escritores. Dibujos y textos, prologado por Ana García Bergua, revela esa faceta en él. Ana con tino apunta que “Gabriel parece dibujar con la caligrafía del escritor, yo diría que también escribe un poco con el trazo del dibujante”.

No hay necesidad de emplear argumentos para describir su pintura, pues a pesar de que ésta pudiera calificarse como expresionismo abstracto, Gabriel es fiel a su lenguaje, a su visión personal, al color y a la luz. Este conjunto de obras celebra su trayectoria y en un momento como el que vivimos, en el que las artes visuales en México repiten estilos agotados y el mercado condiciona la exploración y el riesgo, observar esta exposición resulta una lección de originalidad, de cadencia pictórica y de calidad. Solo falta hacer un libro de arte que compendie su legado. Sin duda esa es una tarea pendiente que debemos hacer.
POR FRANCISCO MORENO
COLABORADOR
josefrancisco.moreno@elheraldodemexico.com
MAAZ