Columna Invitada

Con flow político

En lugar de elementos espectaculares, típicos de estos eventos (escenarios futuristas, efectos visuales deslumbrantes y coreografías impactantes), al apagarse las luces se nos presentó una calle de barrio pobre americano

Con flow político
Sergio Torres Ávila / Columna invitada / El Heraldo de México Foto: Especial

Mucha gente en México mostró su decepción por el show del medio tiempo del Súper Bowl LIX. Según Dinamic Agency, el 51% de los espectadores esperaba una presentación más llamativa, y 12% mencionó que no superó sus expectativas.

          El motivo es claro. En lugar de elementos espectaculares, típicos de estos eventos (escenarios futuristas, efectos visuales deslumbrantes y coreografías impactantes), al apagarse las luces se nos presentó una calle de barrio pobre americano. En ella, un rapero afroamericano, Kendrick Lamar (mezcla de poeta de pueblo y cronista social), nos ametralló durante 13 minutos con su descarga de letras llenas de sentido político y hasta moral, convirtiendo al escenario con la mayor audiencia global, en una plataforma de denuncia social y política. Ni Eagles ni Chiefs fueron los protagonistas de la noche. La política se llevó la victoria en el Super Bowl LIX.

          Porque en efecto, hoy la política se hace en formas diferentes, y si el mundo cambia, la expresión de las reivindicaciones y las causas, también. Ante este inusual espectáculo, mucha gente en México sólo alcanzó a exclamar: “y esto, ¿qué show?”. A ellas y ellos, habría que explicarles que hay mucho más de lo que vieron, existen muchas capas de comprensión política de lo que aparentemente era solo un rapero con sus hommies tirando flow antes del siguiente joint. Por el contrario, nada más alejado del entretenimiento tradicional (placentero, distractivo, no comprometido) que las letras cargadas de revancha social de Kendrick Lamar (#9 del mundo en Spotify), quien en descargas apresuradas, expresa la autenticidad de la expresión hip-hopera al retratar los dolores de la violencia y la marginación en los barrios estadounidenses (particularmente en tiempos ominosos de Trump), como en su Compton natal, meca del hip hop de la Costa Oeste y hogar de nacimiento de muchos genios del rap.

          El show fue un artefacto perfectamente diseñado para consolidar el impacto del manifiesto político. En su estructura y su contenido. Porque a la manera del mejor Broadway o blockbuster hollywoodense, cada elemento estuvo en su lugar. No faltó el Maestro de Ceremonias (Samuel L. Jackson magnífico como el Tío Sam, quintaesencia del cliché del poder americano) que abrió y cerró la historia; la sucesión estructurada de temas musicales que fueron abonando al desarrollo narrativo del mensaje social (Humble, DNA o Not Like Us); o la carga masiva de símbolos dirigidos a la psique popular estadounidense (la bandera fragmentada, el escenario con geometría de Playstation, la referencia a los “40 acres y una mula”, etcétera).

          Sin embargo, el arte no sólo es un medio de expresar la reivindicación social o cultural. En toda expresión auténtica, el plano personal acompaña y da sustento al mensaje político. Así que no faltaron en el evento las polémicas personales de Lamar con Drake y otros raperos que, en la visión de aquel, son “colonizadores” de un arte popular como el hip hop. Si Kendrick se asume como voz auténtica del barrio afroamericano, los otros son arribistas que aprovechan la popularidad y la riqueza económica generada por este fenómeno cultural para su beneficio individual.

          Pero la expresión personal nos lleva de nuevo a lo político. Porque el mensaje de fondo expresado por Kendrick Lamar es que hay dos tipos de hip hop: el comercial y el auténtico, aquel que verdaderamente expresa y reivindica a las clases marginadas. Y esa legitimidad es precisamente lo que lo mantiene más vital que nunca, llevándolo a conquistar el mainstream. Hoy, este músico surgido de los barrios se ha graduado con honores en el show business, al ocupar como solista, único y total, y con un espectáculo de lo más personal, el escenario central del show más masivo del planeta: el Súper Bowl.

          Entre un tema y otro, Lamar citó las proféticas palabras del poeta y músico Gil Scott-Heron: “la revolución no será televisada”. Sin embargo, al menos por una tarde, la profecía no fue acertada. Ese domingo asistimos a una verdadera ceremonia, una revolución en las pantallas. Una rebelión. No por medio de las armas ni con una marcha violenta en las calles. Fue una rebelión triunfante por el arma poderosa de la palabra recitada, genuina poesía popular.

          Esta vez ganó la política. Ojalá así fuera siempre, porque a pesar de su mala fama para dirimir las diferencias humanas, el debate político, la tiradera freestyle siempre serán mejor que las balas.

POR SERGIO TORRES ÁVILA

PAL

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