El pasado 4 de febrero, el presidente Donald Trump propuso que Estados Unidos se apropie y se haga cargo de la Franja de Gaza para convertirla en la “Riviera de Medio Oriente”. La iniciativa plantea, por un lado, la reubicación permanente de la población palestina en países como Egipto y Jordania; por el otro, que EE. UU. asuma el control del territorio y lleve a cabo un proceso de reconstrucción junto con otros actores regionales, principalmente naciones sunníes de la península arábiga.
La comunidad global ha condenado la propuesta porque violenta principios fundamentales del derecho internacional. En la región, los líderes de Egipto, Jordania y Arabia Saudita consolidaron una posición unificada en contra del planteamiento. El gobierno egipcio lo consideró una amenaza a su tratado de paz con Israel, mientras que Jordania anticipó que el intento de reubicar a la población palestina en su territorio sería una “declaración de guerra”.
Ni siquiera en Israel hubo un consenso en torno al plan de Trump, que presenta distintos riesgos para ese país. Por ejemplo, la potencial presencia militar directa de EE.UU. implicaría modificar el modelo según el cual Israel recibe apoyo económico y militar estadounidense, pero usa su propio ejército para defenderse, lo cual le otorga amplio control sobre decisiones estratégicas de seguridad.
Si bien la propuesta es sumamente controversial, y su ejecución entrañaría innumerables complejidades, ha puesto sobre la mesa la necesidad de repensar el futuro de Gaza. La realidad histórica de la región muestra que tan mala es la alternativa presentada como el status quo de las últimas décadas, que únicamente ha perpetuado un ciclo de violencia, seguido de periodos de relativa estabilidad, que nuevamente degeneran en guerra porque no existen las bases para una paz duradera.
Esos ciclos interminables, la crisis humanitaria resultante y la ausencia de un horizonte político viable obligan a reconocer que el principio de autodeterminación –esencial en la normalidad del sistema internacional– parece encontrar límites prácticos en casos como Gaza. Más allá de la propuesta del mandatario estadounidense, la realidad demanda construir una alternativa que logre equilibrar el respeto a los derechos de la población civil gazatí con la necesidad de crear un nuevo paradigma en la región, que permita transitar hacia condiciones de paz, seguridad y estabilidad.
Nadie tiene una solución definitiva al conflicto, pero sí sabemos que continuar en la inercia no funciona. En cualquier caso, todo planteamiento serio sobre el futuro de Gaza debe reunir ciertas condiciones mínimas: el involucramiento de la comunidad internacional a través de las instituciones multilaterales, la participación de los países de la región, y la creación de mecanismos de cooperación internacional para la reconstrucción urgente.
Una solución realista exige concesiones –políticamente difíciles pero indispensables– de ambas partes. Israel debe aceptar un Estado independiente para la población árabe; y a su vez dicho Estado debe fundarse sobre un acuerdo social y un liderazgo político que no haga de Israel un enemigo existencial. Sin ambos componentes, en cinco, diez o veinte años probablemente estemos en el mismo lugar.
La propuesta del presidente Trump es inaceptable por más de una razón, pero ha obligado a la comunidad internacional a confrontar una verdad incómoda: el status quo también lo es. Frente a esa realidad, el mundo tiene una responsabilidad histórica.
POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
DIPUTADA FEDERAL POR MC
@RUIZMASSIEU
MAAZ