La primera gran crisis diplomática del nuevo gobierno de EEUU con un país latinoamericano duró apenas 12 horas, pero sirvió para ilustrar nítidamente el nuevo estilo de política exterior de un presidente decidido a transformar el escenario internacional, cueste lo que cueste y pésele a quien le pese.
El episodio no será muy memorable, salvo por sus consecuencias: en un mensaje intempestivo en la red social X, el presidente colombiano, Gustavo Petro, anunció que su país se negaría a recibir aviones estadounidenses con deportados colombianos mientras no se establecieran “protocolos de tratamiento digno a los migrantes colombianos”.
Hasta ahí, todo sonaba bien, en línea con las posturas de otros gobiernos de la región, como Brasil, que se han opuesto a que los deportados viajen esposados en aviones militares. Las deportaciones deben darse de manera respetuosa de leyes y convenciones internacionales en la materia.
Pero más tardó Donald Trump en enterarse que en lanzar su propio mensaje en redes, amenazando con la imposición inmediata de aranceles a las exportaciones colombianas y la cancelación de visas a funcionarios y simpatizantes del gobierno, a la vez que se suspendían todos los trámites de visados en curso.
Mientras que representantes de la oposición colombiana se apresuraron a tratar de congraciarse con Trump, de manera por demás vergonzosa, Petro comenzó a publicar posts cada vez más beligerantes y confrontacionales, para terminar con una suerte de carta a Trump digna de una balada cubana. Divagante, dispersa, la misiva parecía haber sido dictada sin que nadie interviniera para ordenar y corregir el texto, impropio de un Jefe de Estado dirigiéndose a otro en un asunto de la mayor importancia.
Y ya como colofón a lo que rápidamente se convertía en una comedia, la Casa Blanca anunció la imposición de aranceles y sanciones a Columbia (sic), que no a Colombia. Las carcajadas no cesan.
Pero lo que no es gracioso es que esta brevísima escaramuza le confirma a Trump lo que ya sabía: que nadie está en condiciones de oponérsele públicamente, y que al menos en sus zonas de influencia EEUU puede ya hacer lo que quiera y como quiera.
Como buen bully, Trump sabe escoger sus pleitos: ni Corea del Norte o Irán, por no hablar de China o Rusia, serían presas tan fáciles, pero en el caso colombiano las potenciales consecuencias de escalar el conflicto eran devastadoras.
Si sumamos todo lo anterior, por gracioso o penoso que nos parezca, a otros desplantes de Trump, como los de Canadá, Groenlandia o el canal de Panamá, lo que tenemos es una visión muy clara de cómo se imagina el mundo el nuevo presidente de EEUU: cada quien manda en sus respectivas zonas (China con Taiwán, Rusia con Ucrania, Israel…) y a Trump le corresponde ampliar su posición geográfica y geopolítica.
El primer Trump fue un aislacionista, este es un expansionista. En ambos casos, sus modelos datan de hace 100 años o más.
Así, con la mirada bien puesta en el pasado, Donald Trump busca reinventar el mundo.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
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