A lo largo de toda la historia de la humanidad (comunidades de apoyo mutuo, relaciones de trueque y más) , las raíces y los orígenes del concepto de Economía Social tal y como lo conocemos en la actualidad se encuentran en las grandes corrientes ideológicas del siglo XIX, tanto en la tradición social-cristiana como en la socialista de auto organización y autogestión de la clase obrera, en las que se designaban las nuevas formas de organización creadas por los trabajadores tales como cooperativas, asociaciones obreras y mutualidades de seguros, de ahorro y de crédito.
Este tipo de organizaciones surgieron con el objetivo de dar respuesta a las carencias y necesidades de una parte de la población que no eran satisfechas por el mercado ni por el Estado. Sin embargo, también incorporaban una dimensión de carácter socio-cultural, como es la pertenencia a un grupo con una identidad colectiva y un destino común.
Durante el periodo de expansión de posguerra, después de 1945, la economía social evolucionó en consonancia con las características del régimen de acumulación fordista vigente en la época, observándose una pérdida de dimensión política en favor de otras consideraciones que fueron ganando más relevancia, como los aspectos relacionados con la competitividad y la eficiencia económica, llegando a poner en cuestión, en algunos casos, la aplicación de los valores en los que se sustentaba.
Es en los años setenta del pasado siglo cuando comienza a emerger la Economía Solidaria como un modelo económico con una visión global de transformación social, constituyendo una forma de combatir la pobreza, la desigualdad y la ausencia de respeto por el entorno.
A pesar de que, en muchas ocasiones, se usen indistintamente ambos conceptos, Economía Social o Economía Solidaria, no representan lo mismo, aunque avanzamos que la tendencia actual es la de usarlos de forma complementaria. También se usan otras denominaciones, como Economía Popular o Comunitaria, en países como Ecuador y Brasil, de larga trayectoria en estas prácticas económicas.
Se puede considerar a la Economía Social y Solidaria como un concepto integrador que aúna perspectivas de diferentes corrientes de la economía alternativa. Tanto el enfoque de las capacidades y del desarrollo humano sostenible como la economía feminista y la economía ecológica, como la mirada indígena del Buen Vivir, buscan poner a las personas y sus condiciones de vida en el centro del análisis y vincular los trabajos con la producción socialmente necesaria, con la satisfacción de las necesidades básicas, apostando por “otra economía más justa”.
De la misma manera, esta base ideológica descrita incorpora rasgos esenciales compartidos, como unos sistemas de decisión y organización democráticos, voluntad de transparencia y equidad, empoderamiento de las personas, orientación ética de la actividad, primacía de la cooperación frente a la competencia, preocupación preferente por las personas y colectivos más necesitados, respeto medio-ambiental, focalización en la generación de empleo, atención destacada al entorno local y vocación de trabajo al servicio del bien común.
Es una voluntad de identidad y de movimiento compartido que tiene una manifestación muy clara en las múltiples plataformas, redes y espacios sociales comunes que, ya desde hace años, aunque de forma todavía incipiente y con diferente fortuna, están tratando de conformarse a todos los niveles (sectorial, local, regional, nacional e internacional).
Como señala Carlos Askunze, algunos gobiernos han asumido la institucionalización de la economía solidaria, comunitaria y/o popular, con gran tradición histórica e implantación en América Latina.
POR LUIS DAVID FERNÁNDEZ ARAYA
ECONOMISTA
@DRLUISDAVIDFER
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