La política no lo puede todo, pero tiene que poder algo. Tanto daño hace cuando se desborda de ambición como cuando carece de capacidad. El exceso de politización conduce al totalitarismo; la ausencia de politización, a la anarquía. Por eso decía Bismarck que la política es el arte de lo posible, de lo alcanzable, de la segunda mejor opción. Porque a menudo lo mejor, lamentablemente, es imposible; pero eso no significa que no se pueda hacer nada.
Desde hace varios sexenios la inseguridad es el problema que más preocupa a los mexicanos. Salvo en coyunturas especiales, (i.e., las crisis económicas o la pandemia), no hay otro asunto tan grave según los sondeos ni la cobertura de la prensa. Con todo y las supuestas mejorías que durante su sexenio presumió López Obrador, la verdad es que la inseguridad ha sido –por mucho– el talón de Aquiles de su gobierno.
Sin embargo, a la luz de los resultados que arrojó la jornada electoral de hace un mes, es muy extraño lo poco que el tema parece haberle importado a la mayoría del electorado. A pesar de la centralidad que le dio Xóchitl Gálvez en su campaña; pese a que, según los datos de Causa en Común, las de 2024 fueron las elecciones “más violentas en la historia moderna de México”; y aún a pesar de que, según la última encuesta de Alejandro Moreno, el 63% de los mexicanos califican como mala o muy mala la manera en que el gobierno federal ha manejado la seguridad pública, no hubo demanda, no hubo movilización, no hubo castigo al respecto.
¿Por?
Postulo que la normalización de la violencia y la gobernanza criminal, la militarización de la seguridad pública y la falta de alternativas políticas creíbles y atractivas han generado una suerte de resignación pública –un ánimo social que está a medio camino de la fatiga, la fatalidad y el fracaso– cuyo efecto ha sido una paulatina despolitización de la inseguridad. En otras palabras, poco a poco nos acostumbramos, ya están a cargo las fuerzas armadas y no hay otras propuestas ni liderazgos en el horizonte: esto es lo que hay… y lo que habrá.
La victoria eufórica de la continuidad implica que, en principio, no hay presión, no existe un contexto de exigencia que, de entrada, obligue al gobierno de Claudia Sheinbaum a hacer cambios significativos en este rubro. No importan las consecuencias devastadoras de la inseguridad en la vida cotidiana de la gente, no importan sus costos ni el creciente predominio económico del crimen organizado, no importa su impacto en la ya de por sí maltrecha gobernabilidad democrática. Lo cierto es que el statu quo en materia de seguridad recibió un indiscutible espaldarazo en las urnas.
Quizá semejante despolitización también es producto de la polarización política que está devorando a las democracias en todo el mundo. No es cuestión de responsabilidad sino de pertenencia: los gobernantes de la 4T serán transas e incompetentes, pero al menos son nuestros transas e incompetentes. ¡Qué siga la transformación!
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@CARLOSBRAVOREG
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