"En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira; todo es según el color, del cristal con que se mira".
El siglo XXI parece estar en camino de ser un gigantesco caldero geopolítico, en el que potencias menores y mayores, aspirantes y decadentes, compiten ya por retener, ampliar o crear esferas de influencia y siempre, por supuesto, presentarse como salvadores, o simplemente como "los buenos" sobre todo en relación con la competencia.
Para Estados Unidos y las naciones desarrolladas en economía de mercado el papel es difícil: su historia acumulada las presenta fácilmente como villanos, enemigos de los países en crecimiento y del nuevo movimiento del "sur global" en el que participan algunos que tratan de crear su propio espacio.
Por ello no extraña que no solo Estados Unidos, sino países como Francia o Gran Bretaña, cosechen ahora los frutos de la desconfianza que labraron en África o América Latina durante los últimos 200 años.
Se les podría definir como los "malos conocidos", y quién sabe si sus actuales esfuerzos serán suficientes para enfrentar la competencia de países que, como Rusia, China, India, Brasil, Japón, Corea del Sur, Arabia Saudita, Irán, Australia, Turquía, aspiran a crear sus propios nichos. Algunos en alianzas, otros por cuenta propia.
Y eso pese a que, a veces, sus vecinos los reciben con bastante menos entusiasmo que quienes los ven de lejos.
India tiene muy buena imagen en el mundo y algo menos en la región que la rodea, en parte por su creciente intolerancia hacia los musulmanes; Rusia y China parecen socios casi ideales para muchos latinoamericanos, tal vez como un reflejo de su imagen de contrapeso para Estados Unidos, que a su vez los acusan de aliarse con y promover gobiernos autoritarios.
Les favorece su lejanía, aunque en su cercanía Rusia y China sean vistos con tal vez tantas reservas como los estadounidenses en la nuestra. Ucranianos, filipinos y vietnamitas tendrían algo que decir.
Las potencias menores tampoco escapan a sus propios demonios.
Turquía, en medio de una región de enorme importancia estratégica, hace juegos de equilibrio ahí entre países que hace poco más de un siglo eran parte de su imperio. Su papel estabilizante es de importancia creciente, pero con un historial no tan bueno en su trato pasado y presente hacia armenios y kurdos.
Brasil es sin duda la principal potencia latinoamericana. Su tamaño, economía y población lo hacen el centro del continente sudamericano, así como el principal convocante y la cabeza lógica de la Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR). Aspira a un asiento en la mesa de los grandes y cree que su liderazgo regional le ayudará en esa meta.
Irán se habrá convertido en un aliado de Rusia, pero tiene sus propias ambiciones en una región donde se presenta como defensor de la fe islámica y compite con Arabia Saudita.
Unos por alianzas frente a potencias mayores y otros por llenar espacios vacíos, el juego de la geopolítica se desarrolla en todo el mundo. Y México no puede ser la excepción.
POR: JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE
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