Columna invitada

Contra la “verdadera historia de…”

¿Cuántos textos no se titulan La verdadera historia de...? Ni siquiera solo libros

Contra la “verdadera historia de…”
Ignacio Anaya / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

¿Cuántos textos no se titulan La verdadera historia de...? Ni siquiera solo libros, también hay videos, podcasts y artículos de revistas que buscan que la objetividad valide sus productos. Esto resulta interesante porque, más allá de los historiadores, hay una vinculación idealizada por la sociedad entre la historia y la verdad.

Quiero explorar una idea que me parece esencial en este contexto: no existe una historia "verdadera". En el momento en que la historia pretende ser objetiva, asumiendo la existencia de un pasado ajeno a ella y esperando a ser descubierto, se espera una realidad previa que debe ser verdadera.

El historiador teórico Keith Jenkins sostiene en su obra Refiguring History: New Thoughts on an Old Discipline(2003) que la labor las y los historiadores radica en revelar el pasado tal como ocurrió —ese solía ser un ideal de la historiografía en el siglo XIX—; en cambio, lo que hace es crear realidades pasadas. En otras palabras, se presenta por primera vez una realidad del antes que ahora dentro de un conjunto de propuestas.

Poniendo un ejemplo sencillo, a pesar de que dos textos de historia aborden el mismo tema, la manera de representar la historia en ellos varía porque detrás de cada uno hay intereses, ideologías, objetivos y preguntas desde el presente que provocan que se mire hacia la anterioridad. Tales elementos de la producción historiográfica implican cómo se le va a dar significado y sentido a un hecho histórico. A fin de cuentas, por eso existen varias interpretaciones en la historia. ¡Imagínense qué aburrido sería si solo hubiera una interpretación de la Revolución mexicana!

Cabe aclarar algo sumamente relevante: lo aquí dicho no implica la inexistencia de los sucesos que acontecieron, pero es en la narrativa histórica donde adquieren su valor histórico. No es el trabajo del historiador dar la verdad. En la medida en que la historia es narración, su construcción no es más que una multitud de interpretaciones moldeadas por las ideologías, creencias y prejuicios.

Entonces llegamos a una de las crisis que atormenta a esta disciplina actualmente: los historiadores nos damos cuenta (o al menos eso pretende Jenkins) que nuestro objeto de estudio no nos pertenece y su valor de existencia objetivo que le otorgábamos es solo fruto de nuestros propios deseos. Tal pensamiento invita a tomar una posición radical con la disciplina, entenderla como inacabada y abierta a un mundo de posibilidades.

Puede sonar desesperanzador, pues las y los historiadores nos vemos obligados a aceptar que nunca podremos conocer el pasado en su totalidad. Sin embargo, en este acto radical de replanteamiento, considero que se encuentra la esencia emancipadora de la historia: una herramienta para cuestionar, para debatir y, en última instancia, para comprender mejor la complejidad de la experiencia humana.

POR IGNACIO ANAYA

COLABORADOR

@Ignaciominj

MAAZ

 

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