Las ideologías son sistemas de creencias que interpretan la realidad a partir de unas pocas premisas, de las que se derivan deducciones lógicas que permiten explicar todo lo que pasa.
No es exagerado afirmar que los apagones que están ocurriendo en buena parte del país son la consecuencia lógica de las obsesiones ideológicas de Andrés Manuel López Obrador. El presidente de México cree firmemente que el Estado debe ser el único motor del desarrollo, y que toda tarea pública llevada a cabo por particulares conduce inexorablemente a la corrupción.
Por eso es que ha obstaculizado todo lo que ha podido la participación del sector privado en la generación de energía eléctrica, lo cual, aunado a la poca inversión estatal y la mayor demanda como consecuencia de la ola de calor, ha ocasionado un estrés extremo que obliga a cortes programados (o “apagones”) para evitar que la demanda supere a la oferta y colapse el sistema entero. A lo anterior hay que sumar la supresión, también ideológica, del horario de verano, el cual buscaba ahorrar energía mediante el aprovechamiento de la luz natural.
Muchas controversias políticas son, sin duda, ideológicas y tienen que ver con los más profundos valores que tienen las personas acerca del gobierno, la sociedad y el derecho. El sueño tecnocrático de que cualquier problema público pueda resolverse mediante el método científico ha mostrado su fracaso.
Dicho esto, también es cierto que no todo en la política puede ser ideología. Muchísimas decisiones deben tomarse a partir del dato, la cifra, el análisis costo-beneficio. Incluso el sentido común. Todo lo relacionado con el sector energético del país no debiera tener nada de ideológico sino de racionalidad práctica.
Una de las grandes tragedias del actual gobierno es la obsesión presidencial por ideologizar toda la discusión pública. López Obrador antepone el dogma a la realidad, el mito sobre el dato, la creencia a la evidencia, da igual si se trata de la manera más eficiente para generar electricidad, del lugar donde debe instalarse un nuevo aeropuerto, de la pertinencia de un tren de dudosa rentabilidad, o de la cuestionable construcción de una refinería a la que no se augura mucho futuro.
Lo dijo Carlos Urzúa tras desertar del obradorismo: el problema de este gobierno es su voluntarismo. El creer que querer es poder. La prédica ideológica que desprecia la técnica. La comodidad del pensamiento mágico sobre la complejidad de la política pública.
La historia, a la que tanto suele recurrir el presidente, nos muestra una vez y otra vez que los experimentos políticos que hicieron primar la ideología sobre la realidad y el sentido común fracasaron siempre. Y en su fracaso causaron polarización, divisiones y crisis.
POR FERNANDO RODRÍGUEZ DOVAL
POLITÓLOGO
@FERDOVAL
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