A veces uno está tan acostumbrado a todos los sonidos que lo rodean, sean naturales o no, provengan de la naturaleza o de la misma sociedad, sin tomarse un momento para detenerse a pensar en la identidad que conforman dichos sonidos. Asimismo, la eliminación de ellos o los esfuerzos para desplazarlos a otros espacios de donde ya estaban, por parte de ciertos grupos externos a las comunidades que los producen, implica adentrarse en un terreno de resistencias y luchas por la preservación de identidades.
Hace unas semanas fue el caso de la ciudadana estadounidense que vivía en México y se quejaba de los organilleros en la Ciudad de México, cuestión que le costó su trabajo como modelo. Ahora, en Mazatlán, los hoteles, llenos de turistas estadounidenses, quieren prohibir o al menos limitar la presencia de músicos de banda en las playas.
Estos fenómenos plantean debates sobre la música y el sonido, así como sus percepciones por parte de los extranjeros. Hay un video popular que anda circulando en redes sociales de una presentación de lo que se podría llamar "música clásica" en un hotel frente a un público blanco y muy probablemente conformado por turistas estadounidenses.
De inmediato se genera un fuerte contraste cuando, en el fondo, en la playa, suena un grupo de banda. Más allá del humor detrás del video, la reacción de los hoteleros y los mismos estadounidenses contra esta música entra en dinámicas que parten de la gentrificación.
En este caso, se podría hablar de un sistema neocolonialista en donde se privilegia el silencio o aquellos sonidos considerados aptos para la civilización colonizadora. Detrás de esto también hay choques de dominio, es también un terreno de imposiciones de ciertos grupos.
Muchos extranjeros que vienen a vacacionar a México y aquellos que se vienen a vivir al país por tener un trabajo desde casa que les permite ganar en dólares, llegan con el implante de la colonización bien puesto. No siempre aceptan las diferentes representaciones del entorno, deben readaptarlo a sus necesidades, creando así o permitiendo dejar solo lo que ellos consideran "mexicano" para su gusto.
La música y los sonidos característicos de un lugar, como el caso de los organilleros en la Ciudad de México o las bandas en las playas de Mazatlán, se han convertido en elementos de la identidad cultural de estas comunidades, guste o no escucharlos. Estos sonidos forman parte de la atmósfera y la vida cotidiana de las personas que habitan estos espacios.
Ellos se encuentran en choque, resultado de la gentrificación, contra un sistema que busca imponer sus estándares culturales, silenciando o marginando aquellos sonidos que no se ajustan a sus expectativas. Parece ser que la intolerancia a otros sonidos ha ganado terreno en México.
POR IGNACIO ANAYA
COLABORADOR
@Ignaciominj
MAAZ