Durante meses, el conflicto en Gaza y la invasión rusa a Ucrania han sido los temas centrales de la agenda internacional. Sin embargo, analistas como Fareed Zakaria e Ian Bremmer han destacado, en medio de las grandes crisis geopolíticas, una arista mucho más discreta pero mucho más trascendente por sus potenciales efectos: el giro positivo en la relación entre Estados Unidos y China.
Desde el encuentro entre Joe Biden y Xi Jinping en noviembre pasado, ambos países han dado pasos significativos para dejar atrás la confrontación y enviar señales de optimismo sobre el futuro de la relación bilateral. Este martes, por ejemplo, se estableció un grupo de trabajo conjunto para enfrentar el tráfico de drogas, especialmente de los precursores de fentanilo. Se trata de la primera muestra de cooperación frente a este desafío compartido en casi cinco años.
En EE. UU., el gobierno de Biden ha impulsado un acercamiento pragmático basado en asuntos clave, manteniendo una relativa ambigüedad estratégica ante los temas críticos, como la estrategia del gobierno chino hacia Taiwán. Por su parte, China ha dado un giro a su agresiva política exterior de los últimos años, Xi Jinping ha moderado su discurso contra Occidente, e incluso se han reducido las operaciones militares chinas en el Indo-Pacífico.
En pocos meses, el diálogo bilateral ha progresado notablemente: se restablecieron conversaciones en prácticamente todas las áreas estratégicas. A la reciente reunión entre el asesor de seguridad nacional Jake Sullivan y el líder de la diplomacia china, Wang Yi, se suman las giras de trabajo de la secretaria de Comercio Gina Raimondo y la secretaria del Tesoro Janet Yellen. Y muchas otras reuniones diplomáticas.
La distensión de la rivalidad, la disposición a dialogar y el reconocimiento de la necesidad de cooperación en la relación bilateral más importante de nuestros tiempos son una buena noticia para todo el mundo. Si las guerras regionales en Europa y Medio Oriente han tenido efectos geopolíticos y económicos de alcance mundial, un eventual conflicto entre las dos principales potencias podría tener consecuencias desastrosas para todo el mundo.
No obstante, el optimismo amerita también algo de precaución: existen factores de riesgo que podrían descarrillar los avances positivos. Una eventual victoria de Donald Trump en las elecciones podría representar el fin de la estabilidad lograda hasta ahora. Si bien hay un consenso bipartidista de fondo sobre el desafío que representa China para EE. UU. –notable dadas las profundas divisiones en todo lo demás–, los enfoques frente al mismo desafío difieren considerablemente.
El segundo factor crítico es la estrategia de China hacia Taiwán. Una posible invasión de la isla podría alterar el equilibrio alcanzado: EE. UU. se vería obligado a asumir una posición que podría romper la relación e incluso desencadenar un enfrentamiento militar. No es algo previsible, pero tampoco descabellado: si los problemas económicos de China se agravan, una cruzada nacionalista podría ser un útil distractor para una sociedad que se enfrenta al deterioro en su nivel de vida.
Sea cual sea el futuro de la relación bilateral, hoy los avances son innegables. En un mundo amenazado por la guerra, todos los esfuerzos para promover la paz, mantener la estabilidad e impulsar la cooperación internacional son dignos de reconocerse.
POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
@RUIZMASSIEU
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