Columna Invitada

De comida, berenjenas y literatura

Aprobamos con fruición el tinto tempranillo Dominio del Pidio, un nombre que evoca al Cid Campeador, a monjes dominicos y a uno de los famosos viñedos de la célebre Ribera del Duero

De comida, berenjenas y literatura
Eduardo R. Huchim / Omnia / Opinión El Heraldo de México Foto: EL Heraldo de México

Las columnas periodísticas se nutren, por lo general, de los sucesos de su especialidad, pero a veces su origen es variopinto e inesperado.

Esta columna, por ejemplo, tuvo su embrión en una comida en el restaurante Zeru, un santuario de la comida española en la zona de San Ángel       -hay otro en las Lomas de Chapultepec-, cuando dos talentosos abogados amigos y yo disfrutábamos de los minitacos de solomillo y los piquillos de bacalao, en espera del socarrat negro, del pescado a la sal y de las albóndigas a la española.

Aprobamos con fruición el tinto tempranillo Dominio del Pidio, un nombre que evoca al Cid Campeador, a monjes dominicos y a uno de los famosos viñedos de la célebre Ribera del Duero. Y comenzamos a hablar de libros, mientras la ricura de las entradas me trajo a la memoria, a propósito de calidad gastronómica, otro restaurante notable, Amaro, éste en Mérida, Yucatán, y sus deliciosas berenjenas mexe.  

Libros y berenjenas remiten de manera natural a Gabo García Márquez y El amor en tiempos del cólera, cuando el enamorado Florentino Ariza le propone matrimonio a su amada en una breve carta. La respuesta afirmativa de Fermina Daza poseía un ingrediente singular. Decía: “Está bien, me caso con usted si me promete que no me hará comer berenjenas”.

Por supuesto, las berenjenas le llevaban a Fermina muy malos recuerdos de su niñez, pero cuando escribió la frase citada, estaba muy lejos de imaginar que un día habría de descubrir la sabrosura de esa planta y comerse dos porciones seguidas de puré de berenjena, sin saber qué era aquel platillo tan rico.

La berenjena aparece en diversas novelas, de temáticas lejanas entre sí. Por ejemplo, cuando el agente inmobiliario Jonathan Harker llega a Transilvania, para entrevistarse con el Conde Drácula, toma nota de los alimentos que ingiere:  paprika hendl, pollo con pimentón y paprika, mamaliga (pan rumano de harina de maíz). Todos estos platillos son simplemente enumerados, pero cuando Bram Stoker, autor de Drácula, llega a las berenjenas rellenas con picadillo de carne, las califica: “platillo muy exquisito”.

Por su parte, en su novela Los Mares del Sur, Manuel Vázquez Montalbán narra detalladamente cómo el detective Pepe Carvalho, apasionado de la cocina, prepara un plato de berenjenas con gambas y jamón. El episodio no sólo muestra las habilidades culinarias de Carvalho, sino también refleja sus dotes de investigador que descompone los hechos, los analiza y los recompone para llegar a conclusiones y descubrir al asesino.

La berenjena también sirve como ingrediente de reflexión y crítica social, como ocurre con un texto de 2017 de José Fernández Belmonte: “La vida avanza desbocada bajo la bóveda celeste mientras mi berenjena me regala unas preciosas flores de color violeta… Hay gente que se cruza en nuestro camino para aportarnos luz, mientras otros, por el contrario, se nos acercan de manera sibilina para eclipsarnos, o para robarnos las berenjenas”. (Canal Literatura).

PLUS ONLINE: DE CERVANTES A ESQUIVEL

A propósito de la comida en literatura, fue Rodolfo, cliente frecuente de Zeru, quien -en la comida mencionada- recordó que Cervantes cuenta lo que come don Alonso Quijano en la entrada misma de su celebérrimo Quijote.

En efecto, en el primer párrafo de su impar novela caballeresca, Cervantes apunta que don Alonso comía más vaca que carnero, salpicón por las noches, “duelos y quebrantos los sábados” (huevos con tocino), lentejas los viernes y los domingos añadía paloma a su menú. Así que muy enjuto según la descripción de Cervantes, pero mal alimentado no estaba el caballero que con hazañas de caballería soñaba.

Siglos después, una escritora mexicana habría de convertir a la comida en leitmotiv de su novela, convertirla en vehículo de identidad y entreverarla con sus personajes, sus amores y sus pasiones. Me refiero, como el lector ya habrá adivinado, a Laura Esquivel y su Como agua para chocolate, narrada en diez capítulos cuyos títulos son nombres de platillos.

Así, las tortitas de Navidad se mezclan con sopa de tortuga, codornices con pétalos de rosa, moles, tamales y otros platillos que, preparados por Tita, tienen efectos mágicos sobre quienes los consumen.

La comida ha estado vinculada prácticamente desde siempre a la literatura, de modo secundario o de manera central y a veces asumiendo incluso el papel de uno de los personajes de la obra. Los casos planteados aquí son apenas algunos de muchos, pero ya habrá oportunidad de volver al tema. Por lo pronto disfrutemos de la cocina de fin-principio de año. ¡Provecho!

POR EDUARDO R. HUCHIM 

@EDUARDORHUCHIM

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