Columna Invitada

Robert Michels y la Ley de hierro de la oligarquía

Al expandirse y crecer las organizaciones se burocratizan, pues tienden a especializarse y de allí la toma de decisiones exige rapidez y conocimiento técnico

Robert Michels y la Ley de hierro de la oligarquía
Luis Ignacio Sáinz / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Foto: Especial

Robert Michels (1876, Colonia, Imperio Alemán – Roma, Italia, 1936), uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, miembro de una familia acaudalada, estudió sociología y ciencia política en las universidades de Leipzig, Múnich, y Halle-Wittemberg. Fue discípulo de Max Weber (“Economía y Sociedad”) y de Vilfredo Pareto (“Compendio de sociología general”). Su prestigio deriva de “Los partidos políticos” (1911) obra donde formula la "ley de hierro de la oligarquía", a partir de la evidencia de que "tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría". Lo que equivale a que ineluctablemente toda organización propende a cerrarse y devenir gobernada por los pocos, procedentes de una clase social privilegiada. 

La Ley de hierro de la oligarquía se fundamenta en tres argumentos:

Al expandirse y crecer las organizaciones se burocratizan, pues tienden a especializarse y de allí la toma de decisiones exige rapidez y conocimiento técnico. Surgen “especialistas” o “profesionales” que se tornan imprescindibles, conformándose en élite insustituible. 

Este proceso de demanda del escenario político y de la cambiante realidad social impone una especie de dicotomía entre eficiencia y democracia interna, privilegiándose la primera que demanda un liderazgo fuerte, con la natural concentración de facultades al precio de excluir a la mayoría de las decisiones, reduciéndose la participación directa de los integrantes y convirtiéndose en insignificantes sus puntos de vista.

Por si fuera poco, la propia psicología de las masas abona al liderazgo conductor, dado que son apáticas e incapaces de superar obstáculos y problemas por sí mismas. De modo que prefieren un líder, y tienden a ser dependientes, asumiendo el culto de la personalidad. Su única intervención-función se limita a ocasionalmente a escoger y elegir a sus representantes, que en realidad son sus dirigentes.

Así las cosas: “La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización dice oligarquía”. Para Michels la democracia directa es inviable o al menos solo aplicable en una escala reducida. La democracia requiere del principio de delegación. Incluso por más asambleísta que sea una democracia, no brindará garantías contra el empoderamiento de una camarilla oligárquica, que opere realmente los asuntos políticos. Sea por el número o por su inclinación psicológica a los grandes oradores, la masa no se autogobierna. 

Michels rechaza que la masa tenga aptitudes para reflexionar sobre el accionar de los líderes, ya que la plebe es siempre influida por la elocuencia de los oradores populares. La adhesión de las masas a los líderes surge de improviso, en el caos propio de atmósferas emocionales poco reflexivas e incondicionalmente. En un pasaje de su libro escribe “La experiencia cotidiana nos muestra que las reuniones públicas enormes, por lo común adoptan resoluciones por aclamación, o por unanimidad, en tanto que estas mismas asambleas, si se las divide en pequeñas secciones -digamos de cincuenta personas cada una- serán mucho más cautas en sus aprobaciones”. Con base en esta reflexión, Michels sentencia “(...) el individuo desaparece en la multitud, y con él desaparecen la personalidad y el sentido de responsabilidad.” Lo cual hace de la demagogia un rasgo dominante de la política actual. Coincido con su visión desesperanzadora: “La evolución histórica se burla de todas las medidas profilácticas que se han adoptado para la prevención de la oligarquía".

POR LUIS IGNACIO SÁINZ

COLABORADOR

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