La cumbre 2024 del G20 realizada en la ciudad de Río de Janeiro en Brasil, es una edición más de este polémico y mediático encuentro entre las principales economías que juntas acumulan el 90% del total de la economía planetaria.
Su presencia no debería pasar de manera intrascendente, sobre todo, en momentos como los que acompañan la coyuntura internacional; sin embargo, desde hace varios años, esta situación, no es así.
Desde hace varias ediciones de este encuentro internacional, los países pertenecientes a este simbólico grupo de naciones no han hecho más que firmar cartas de buena voluntad y expresar deseos políticamente correctos, en pro de la integración económica mundial, la sostenibilidad planetaria y por supuesto, la paz mundial. Pese a todos estos buenos deseos, pocas son las acciones que han realizado para traducirlas en acciones concretas.
Este año, como anfitrión de la presidencia rotatoria, Brasil ha establecido este lema como el tema central del G-20: “Construir un mundo justo y un planeta sostenible”. Para lograr este objetivo, también ha anunciado tres prioridades a ser discutidas y analizadas en cada uno de los diversos foros de cooperación en los que se dividirá el evento:
- Lucha contra la desigualdad, promoción de la inclusión social y lucha contra el hambre;
- Lucha contra el cambio climático, promoviendo la transición energética y el desarrollo sostenible, y
- La reforma de las instituciones de gobernanza mundial.
Estos tres grandes ejes en los que se han propuesto las coordenadas del debate de esta cumbre, logran describir en demasía el momento en el que se encuentra la sociedad mundial entorno a diferentes temas que lideran la agenda política planetaria, siendo la notoria y profunda desigualdad económica entre las personas en todo el mundo, así como, la evidente lucha contra el cambio climático y la reforma a las instituciones de gobernanza mundial, los pilares de los cambios que el conjunto de gobiernos en todo el orbe internacional deben resolver con prontitud, celeridad y precisión, si es que desean producir tiempos de bonanza y crecimiento económico para todos los seres humanos.
En este orden de ideas, vale la pena decir que estos temas de discusión para el G-20 son todos pertinentes y necesarios. Pero la pregunta es, ¿cómo lograr estos nobles objetivos?
Para empezar, habría que señalar que para lograr obtener un buen funcionamiento de una organización internacional se requieren de tres elementos: eficacia, eficiencia y legitimidad. Esto quiere decir que lo que la comunidad internacional desea ver, no es sólo una declaración conjunta al final de la cumbre, sino acciones colectivas con los pies en la tierra, por lo que entonces es provechoso preguntar si, ¿seguirá el G20 comportándose como una tertulia o será un equipo de acción?
Las cinco propuestas siguientes podrían ser pertinentes para modificar esta situación:
En el primer sitio, el G-20 debería mejorar su imagen. Si bien hizo un buen trabajo al hacer frente a la crisis financiera mundial de 2008, coordinando las políticas macroeconómicas de sus miembros de manera concertada, no ha logrado pasar del papel de experto en emergencias a un comité directivo para abordar cuestiones tan importantes como la aceleración del crecimiento mundial, el impulso de la gobernanza económica global, frenar el proteccionismo comercial, o los problemas de la hiperinflación en muchas regiones del planeta, etcétera.
En este sentido, no es de extrañar que algunas personas se quejen de que la cumbre del G-20, es una pérdida de tiempo para los líderes mundiales, y sugieran que se reúnan y hablen por teléfono o video como lo hicieron varias veces durante la pandemia de covid-19, sin volar miles de millas a una sala de conferencias en el país de presidencia rotatoria y así contribuir a reducir la huella de carbono. Este tipo de críticas lo que buscan destacar, es que el grupo realmente necesita demostrar que puede cumplir con las expectativas de la comunidad internacional y no ser solo una figura decorativa ante la problemática internacional actual.
En segundo lugar, el G-20 debe promover la cooperación entre sus miembros con el espíritu de “unidos resistimos y divididos caemos”. No es extraño que cada país tenga sus propios intereses e ideales nacionales, pero no deben ser la causa de acciones egoístas que potencialmente puedan perjudicar a la existencia de un futuro compartido para la humanidad.
Una vez más, en muchos temas importantes, como el cambio climático, la reforma de las organizaciones financieras internacionales, etcétera, los países desarrollados a menudo no logran tomar las mismas acciones de cooperación y eso se debe a que sus agendas de cooperación internacional se ven seriamente limitadas por los intereses económicos y geoestratégicos que existen alrededor de sus planes de desarrollo.
Por ejemplo, en la cumbre del G-20 celebrada en Roma en octubre de 2021, se acordó que los integrantes debían tomar medidas significativas y eficaces para limitar el aumento de la temperatura media mundial a 1.5 °C, por encima de los niveles preindustriales, el problema es que, no hubo compromisos específicos para cumplir ese objetivo debido a la obstinada posición de los poderosos miembros del bloque de que la medida quedaría a libre albedrío, es decir sin construir mecanismos de obligación y cooperación activa y permanente de cada una de las naciones.
En tercer lugar, hay que determinar claramente las cuestiones más urgentes de la cooperación. De hecho, cada miembro del grupo tiene su propia prioridad de cooperación. Esta diferencia puede observarse tanto en los piases desarrollados como en los que se encuentran en vías de desarrollo, lo que da lugar a una amplia gama de cuestiones que deben abordarse en cada cumbre.
En cuarto lugar, los países desarrollados deben dar un buen ejemplo de promoción del crecimiento mundial. Sin duda, la economía global se enfrenta a muchos obstáculos y el más pernicioso es el proteccionismo, que perjudica tanto a la inversión internacional como al comercio mundial, aunque otro buen ejemplo de empatía y buena voluntad sería tratar de asegurar el desarrollo sostenible y compartido en el mundo.
Por último, pero no menos importante, el grupo debería realizar la institucionalización lo antes posible de los mecanismos de cooperación entre países, ya que, con ello se agilizarían y fortalecerían las ayudas permanentes de todo tipo. El periodo de definiciones para este grupo ha llegado y solo el seguimiento y consolidación de este tipo de propuestas será lo que marque la diferencia entre realidades y fantasías.
POR LUIS MIGUEL MARTÍNEZ ANZURES
PRESIDENTE DEL INAP
@DRLMMA56
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