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Horas de Calidad: Lo Que Realmente Significaría Reducir la Jornada Laboral en México

Para las empresas, el cambio no debe ser visto como una concesión, sino como una inversión en su propia viabilidad

Horas de Calidad: Lo Que Realmente Significaría Reducir la Jornada Laboral en México
Estrella Vázquez es colaboradora de El Heraldo de México Foto: Especial

“La productividad nunca es un accidente; es siempre el resultado de un compromiso con la excelencia.” Esta cita de Paul J. Meyer,  pionero en el estudio sistemático de productividad, captura la esencia del debate que México enfrenta en el umbral de 2025: la reducción de la jornada laboral. Este no es solo un tema de horarios, sino una invitación a cuestionar los valores con los que medimos el éxito laboral y empresarial en nuestro país.

México, conocido por ser el país donde más horas se trabajan dentro de la OCDE, vive una paradoja preocupante: esas largas jornadas no se traducen en mayor productividad. Cada hora laborada por un mexicano genera apenas 95 dólares, posicionándonos en el último lugar en productividad entre los países desarrollados.

Aunque la Ley Federal del Trabajo (LFT) establece un límite de 8 horas diarias, la realidad de muchos empleados supera ampliamente esta cifra. En promedio, un trabajador mexicano dedica más de 2,226 horas al año, en comparación con las 1,730 horas de Chile y las 1,380 horas de países como Dinamarca. Pero en lugar de idealizar ejemplos nórdicos, es más relevante mirar hacia nuestro vecino del sur, Chile, que ya está tomando pasos concretos hacia una transformación laboral.  El hecho es que mientras México  continúa deliberando durante años el tema de la semana laboral, Chile ya ha comenzado la transición. Con la aprobación de la Ley de 40 Horas, el país inició en 2023 un proceso paulatino para reducir las horas de trabajo de manera progresiva, con ajustes de dos horas cada dos años hasta 2028.

El debate sobre la reducción de la jornada laboral no puede desvincularse de nuestra cultura. En México, existe una narrativa profundamente arraigada que glorifica las largas horas de trabajo como sinónimo de compromiso y orgullo. Frases como “tengo hora de entrada pero no de salida”, “yo trabajo medio día: de 8 a 8” o “yo me pongo la camiseta de la empresa” reflejan una mentalidad que privilegia la cantidad de tiempo invertido sobre los resultados obtenidos.

Esta percepción no solo perpetúa jornadas extenuantes, sino que también valida dinámicas laborales que normalizan el desgaste como un costo aceptable. En oficinas, talleres y fábricas, el presentismo —estar físicamente presente, aunque no se sea productivo— sigue siendo un indicador valorado por muchos empleadores.

Sin embargo, esta narrativa tiene un alto costo. El burnout, la rotación y el agotamiento laboral impactan negativamente en la productividad y en la capacidad de innovación de las empresas.

Hay que aclarar que la propuesta para reducir la jornada laboral en México sigue siendo objeto de discusión en el Congreso. Aunque existen altas probabilidades de que sea aprobada en el corto plazo, su implementación dependerá del aval del Senado y de un diseño que contemple las necesidades de diversos sectores. Los debates se extenderán durante los primeros meses de 2025, ofreciendo un momento crucial para cuestionar si el orgullo de trabajar más horas debe seguir siendo un pilar de nuestra identidad laboral.

En México, los sectores que se basan en trabajadores de la información podrían adaptarse con mayor facilidad a semanas más cortas, pero industrias clave como manufactura, transporte y servicios enfrentan barreras, complejidad y costos significativos. Estos sectores no solo representan motores económicos esenciales, sino también una gran parte de la fuerza laboral que opera bajo dinámicas difíciles de compactar.

El mensaje del gobierno es claro: México cambiará su manera de trabajar. Pero este cambio, que es casi inevitable en el corto plazo, solo será exitoso si se construye sobre un enfoque tripartito, donde trabajadores, empresas y gobierno encuentren un beneficio común.

Para los trabajadores, la reducción de la jornada laboral, acompañada de tecnología e innovación, representa una mejora tangible en su calidad de vida: menos desgaste, más tiempo de calidad y una oportunidad para ser más creativos y productivos.

Para el gobierno, esta es la oportunidad de cumplir con su mandato y sus promesas: proteger a los trabajadores y modernizar el mercado laboral, alineando las prácticas nacionales con estándares globales de productividad y bienestar.

Para las empresas, el cambio no debe ser visto como una concesión, sino como una inversión en su propia viabilidad. Apalancar la automatización, optimizar procesos y desarrollar estrategias basadas en innovación permitirá a las organizaciones ser más competitivas y resilientes frente a un mercado en constante transformación.

Este no es un llamado a la comodidad, sino a la evolución colectiva. Cuando todas las partes colaboran, ganan. México tiene la oportunidad de transformar su economía, mejorar la vida de millones y posicionarse como un actor más competitivo en el escenario global.

La pregunta, entonces, es si realmente estamos listos los mexicanos para emprender colaborativamente este compromiso con la excelencia.

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