El régimen político ateniense fundó una forma de gobierno que por antonomasia reconocemos todavía en nuestros días como la democracia sin adjetivos. Su funcionamiento huía de las ocurrencias y los golpes de timón. Reposó siempre en la voluntad de los ciudadanos, sujetándose a un régimen de facultades expresas consagrado en una constitución (politeia). La gente disfrutaba de la isonomia (la participación igualitaria de todos en el ejercicio del poder y ante la ley), la isegoria (el derecho igualitario de expresión) y la parresía (la oratoria de la verdad en el ágora, la plaza; el discurso público de la franqueza, en la ekklesía, la asamblea).
En sus Historias Heródoto, en las palabras del noble persa Ótanes, señala que “el gobierno de los más, de la mayoría, responde a la voz más hermosa: isonomía” (III, 80, 6): isos (igualdad) y nomos (ley). Un siglo más tarde, Aristóteles aduce que el fundamento de la democracia es la libertad fundada en la igualdad. “Orgullosos de ser libres, los atenienses lo están, más aún, de ser ciudadanos iguales. La igualdad es para ellos la condición de la libertad”.
Y será este rasgo característico, el de la igualdad participante, lo que definirá el ejercicio mismo de la construcción de lo público; es decir, la confrontación de argumentos, el enfrentamiento de tesis. Por eso se califica esta democracia directa de agonal, término que en su origen griego (agón) significa conflicto o litigio. Combate civilizado sujeto a reglas que acontece en el escenario colectivo donde convergen las diferencias más que individuales, sociales, de estamentos y hasta clases. Y es justamente en el ágora donde se cumple el principio de isegoría, la posibilidad de que cualquiera pueda tomar la palabra en la asamblea. Pero además por honor debe cumplirse la parresía que compromete al hablante con la verdad y la transparencia.
Aristóteles en el libro I de la Política sostenía que la cualidad que define al ser humano como zoon politikón, ser en comunidad y pensante, es la posesión del logos que, a través del intercambio de opiniones y convicciones, permite distinguir lo bueno de lo malo, lo correcto de lo injusto, lo beneficioso de lo perjudicial. El poder de la palabra: persuadir mediante el habla, que se propone animar o inhibir la actuación de los individuos, incluyendo por supuesto la creación de leyes. El debate se legitima democrático si quienes lo protagonizan disfrutan de igual poder decisorio. Lo que significa a la letra que la deliberación se dé en condición de igualdad. Al grado de que si tras la discusión permanecen las contradicciones, la puesta en escena del diálogo conflicto, toca el turno a la votación entre opciones para construir una mayoría.
Sin duda alguna, el núcleo básico y radical de la democracia ateniense y el más desdeñado por las “democracias representativas” es el de la isotimia: el derecho que asiste a cualquier ciudadano de optar a los cargos públicos mediante sorteo, ya que el azar no discrimina. Todo aquel que buscase “una magistratura” podía ser electo si la suerte lo favorecía. El sorteo no puede diferenciar entre los mejor habilitados, aptos y preparados, tampoco dado el origen social, selecciona sin recato alguno, salvo el de los criterios que definen la participación en el proceso electoral.
Continuará... A propósito de la reforma al Poder Judicial.
PAL