Se vale que nos produzca cierto gusto vengativo y tal vez nihilista que llegue Trump y se ponga a ametrallar desde el púlpito a los populistas de izquierda, con sus guiños socialistoides, sus componendas con la atrocidad del régimen castrista y su evidente afinidad con el narcotráfico, del que, según el caso, el populismo es posibilitador, cómplice abierto o incluso parte integral, caso por ejemplo de Venezuela.
Se vale también regodearse en la derrota del wokismo en los Estados Unidos, con su santurronería disfrazada de elogio a la diversidad sexual, su talibanismo anti masculino, su racismo invertido –por supuesto que existe–, que tiene su manifestación más vomitiva en el antisemitismo, y sus complicidades, primero, con el islamismo radical, que deja ondear las banderas palestinas a los estudiantes de la Costa Este y California, que lo celebran como un movimiento revolucionario anticolonial, los grandísimos idiotas, mientras llega el día de colgarlos con la bandera LGTB; y, enseguida, con los propios populismos de izquierda, en los que se incrustan sus cuadros no tan jóvenes, siempre en posiciones segundonas, sin darse cuenta de que terminarán devorados por los orcos de la militarización, el estatismo corrupto y la garnacha que apapacha degustada, para la foto, junto al Mercedes.
Sí, se vale. Digo: si la democracia liberal está básicamente muerta y ganaron las fuerzas del mal con las simpatías mayoritarias, no está mal servirte un whisky, prender un puro y ver el mundo arder mientras –para aterrizar la idea en México– los narcopolíticos pueblobuenistas se ponen histéricos porque en una de esas les cae la bota imperial. Todo bien. Lo que no tiene pies ni cabeza es entender que con Trump llega una especie de libertarismo radical.
El republicano es, en efecto, un antisistema, por mucho que haya pertenecido a las élites, que no cataloga como conservador en un sentido ortodoxo. ¿Por qué? Porque es, y el término cabe, un fascista: cree explícitamente en el ejército como fuerza represiva de la disidencia, practica una masculinidad horrenda con un algo de Mussolini modelo siglo XXI –que el wokismo no nos haga olvidar que en efecto hay masculinidades pinchísimas–, que discute tu derecho a coger o casarte con quien quieras y que no esconde su racismo.
Por si fuera poco, lo acompaña una pandilla de fundamentalistas religiosos, con el converso J D Vance a la cabeza, que le apuestan a una América blanca y fundamentalista en la que las mujeres o son unas madres a toda madre, o no sirven para nada.
En resumen, y sin dramatizar, y con la esperanza de que la democracia gringa aguante este nuevo caballazo, lo que viene es un esfuerzo utópico entre Il Duce y “El cuento de la criada”, la novela de Margaret Atwood.
Por lo demás, salud y muy feliz fin de semana.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
MAAZ