Irrealismo lógico

Ciudad tomada

Acabamos de salir del estadio de Tomateros, donde la poca asistencia me confirma, una vez más, que el miedo ha vuelto a ser parte de la vida en Culiacán

Ciudad tomada
Alejandro Almazán / Irrealismo lógico / Opinión El Heraldo de México Foto: Cortesía

Me previenen que Culiacán es una ciudad fantasma y que en ella hay una constante sensación de que se está en peligro. Viajo de todos modos con la vana esperanza de que los vastos antecedentes de homicidios, traficantes y corrupción con los que cuenta la ciudad hayan preparado a la población para encarar la desalmada disputa que sostienen los Zambada y los Guzmán. Ingenuamente pienso que, como en anteriores enfrentamientos, se puede vivir sin hablar del miedo e incluso debe haber días que ni se sienta. Pero antes de las 6 de la tarde, cuando empiece a anochecer, y Culiacán se quede vacío y el silencio adorne la ciudad, compruebo que el miedo está en todas partes. Sobre todo de noche, cuando salen los monstruos del crimen organizado a disputarse el monopolio de la violencia.

El miedo está incrustado en mis fuentes locales que me repiten que tenga cuidado, que no los mencione, que nada de descripciones, que una declaración en este momento significa la muerte. Está metido en la recepcionista del hotel que le reza a Nuestra Señora del Rosario para que su joven hijo no sea reclutado forzadamente por alguna de las facciones en pugna, como se rumora que ha estado ocurriendo desde que inició el enfrentamiento. El miedo está en la boca de una comerciante del mercado Garmendia que me dice que leyó en el periódico que son más de 15 mil millones de pesos las mermas, que sabe cuántos miles de empleos se han perdido y que hay decenas de ‘levantados’. Está en los consejos de una colega que me pide borrar mis conversaciones en WhatsApp porque los Mayos y los Chapos están requisando y revisando los teléfonos de medio mundo para matar a quien consideren enemigo. Y sigue en E, a quien hace unas semanas le robaron el carro cuando iba al trabajo.

El miedo está metido en el joven que abandonó su trabajo de repartidor en motocicleta porque lo confundieron con un ‘puntero’. Está en los músicos a quienes nadie contrata en tiempos de guerra. Está en chicos de secundaria que, a las 5 de la tarde, los veo abordando los camiones que se dirigen a las rancherías, allá donde el gobernador dice que los grupos en conflicto se andan matando. Está en los policías que juegan para un bando o para los dos. Y está también en mi compa Músico, quien mientras conduce su viejo carro por el boulevard Madero, me dice: “¿Sabes qué es lo peor? El pinchi miedo de manejar a estas horas”. Son pasadas las 10 de la noche, del viernes 25 de octubre, y Músico me lleva a mi hotel. Acabamos de salir del estadio de Tomateros, donde la poca asistencia me confirma, una vez más, que el miedo ha vuelto a ser parte de la vida en Culiacán. Que es real. Que la noche les pertenece a los monstruos del narco.

Y mientras el gobernador dice, medio en serio y medio en broma, que ayudará a recolectar las firmas para la revocación de mandato que han solicitado algunos de sus opositores, un millón de personas vive en un estado de excepción de facto, cortesía del perverso gobierno americano y de las dos familias más forradas en el narcotráfico sinaloense.

POR ALEJANDRO ALMAZÁN

COLABORADOR

@ELALEXALMAZAN

PAL

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