Columna invitada

El pilar invisible que sostiene al mundo

En México hay que confiar y hay que confiar en los mexicanos. Porque a final de cuentas, la confianza se puede crear

El pilar invisible que sostiene al mundo
Sergio Torres Ávila / Columna invitada / El Heraldo de México Foto: Especial

En economía, existe el Índice de Confianza del Consumidor que, según el INEGI, “hace referencia a la situación económica actual y esperada del hogar del entrevistado”. Además, existen otros índices de confianza: empresarial, de la inversión extranjera, etcétera.

Que la confianza tenga un valor en la economía parece obvio. Si soy un empresario o inversionista me interesará saber cómo está el clima de consumo allá afuera, para así tomar las previsiones del caso. Sin embargo, si miramos bien, la confianza es mucho más que un factor económico. No es exagerado afirmar que la confianza, como valor social, es el pegamento de la convivencia humana.

Pero la confianza no solo es una variable económica; es el pilar de la estabilidad social, de la política y de las relaciones internacionales. Cuando ésta se rompe, las sociedades entran en crisis, los acuerdos se desmoronan y el orden mundial se tambalea.

Sin confianza no hay contrato que valga, acuerdo que se sostenga ni matrimonio que aguante. Sin confianza no hay amistad que dure, equipo que gane mundiales ni congregación religiosa que sobreviva.

Desde hace milenios, la confianza es uno de los valores más sagrados de las sociedades humanas. Como lo señaló el autor Yuval Noah Harari, ha sido la cooperación humana (basada en la confianza), aunada a nuestro desarrollo del lenguaje y el contarnos historias, lo que nos ha permitido colaborar, crear tratos o desarrollar proyectos colectivos que nos han permitido evolucionar y crecer materialmente hasta convertirnos en la especie viva más poderosa del planeta.

La confianza es también el pegamento de la política y la diplomacia. Sin ella, los acuerdos -sean políticos o de seguridad- se vuelven frágiles y fácilmente reversibles. Inversamente, la pérdida de confianza es el peor escenario en la arena política, y desgraciadamente, éste es hoy el mayor problema que vive la escena global: la fractura de la certidumbre en el actuar del otro. Sin posibilidad de previsión, el avance se estanca y sobreviene el caos.

El cisma provocado en las alturas por Donald Trump, con sus decisiones aislacionistas, profundamente narcisistas, pero sobre todo no confiables, tendrá consecuencias que aún no podemos imaginar. Ha impactado severamente la confianza en su país como interlocutor válido y está llevando al mundo a una era de incertidumbre y volatilidad sin precedentes. Los gobiernos de todo el mundo, comenzando con sus principales socios comerciales y vecinos -México y Canadá-, ya no saben qué esperar, literalmente, al día siguiente.

Si bien esta crisis de confianza es provocada (se habla de la estrategia de provocar el caos para ganar ventajas), no podemos subestimar la tragedia irreversible de la fractura de la confianza entre países. Décadas de acuerdos internacionales, regionales o binacionales han comenzado a derrumbarse. No importa que, en aras de un cierto pragmatismo, Trump reculara para limitar los daños. Los daños ya están causados.

Basta ver cómo la relación entre México y Estados Unidos se ha vuelto cada vez más inestable y abiertamente transaccional. Lo que antes era un pacto de estabilidad, como el T-MEC, ahora es un instrumento de presión, mientras que la crisis migratoria y la seguridad han sido convertidas en monedas de cambio electoral. Pero la desconfianza no es unilateral: Washington ya no confía en la capacidad de los políticos y el gobierno mexicano para controlar la migración, garantizar la seguridad ni cumplir con sus compromisos comerciales. En su lugar, han impuesto mayor presión y exigencias más rígidas, consolidando una relación marcada por sospechas y cálculos políticos.

¿Cómo se reconstruye la confianza cuando la otra parte amenaza con cruzar una línea que antes parecía impensable?

Porque como sabe cualquiera que haya sido infiel a algo o alguien, construir confianza lleva años, mientras que perderla toma segundos.

En este contexto, ¿qué respuestas tenemos como país? Bueno, paradójicamente, tener confianza en nosotros mismos. Porque además de la esperanza o certidumbre en el otro, una acepción alternativa de la confianza se refiere al ánimo, al aliento, al “vigor para obrar”.

Es decir, México debe ser capaz de encontrar, en las fortalezas nacionales, el impulso para seguir adelante. Sin nacionalismos simplistas, sin aislacionismo trasnochado, sin dejar de buscar aliados fuera, pero encontrar, o crear, la fuerza dentro. Con la fortaleza emprendedora de una potencia media (la doceava o treceava economía mundial). Nuestro mercado interno, nuestros recursos naturales, la productividad de nuestro trabajo. Hay mucho de dónde.

En México hay que confiar y hay que confiar en los mexicanos. Porque a final de cuentas, la confianza se puede crear. Es creable. Al ser un valor intangible, una soft skill, nadie nos la puede arrebatar. No nos la puede quitar Trump o el destino, tan manifiesto como sea. La confianza no se espera: se construye, se refuerza y se ejerce.

POR SERGIO TORRES AVILA
@SERGIOTORRESA

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