Malos modos

Adiós a la comida chatarra

El Doctor Patán está conmovido por la noticia de que la comida chatarra ya no tendrá lugar en las escuelas de nuestras bendiciones

Adiós a la comida chatarra
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

El Doctor Patán está conmovido por la noticia de que la comida chatarra ya no tendrá lugar en las escuelas de nuestras bendiciones. Parece, y es sorprendente, que los sellos que decidió ponerle a cuanto producto el doctor Gatell no han tenido el efecto deseado.

Uno imaginaría que Yordy llegaba a la escuela y, a la hora del recreo, ansioso de su glutamato y sus muy necesarias 16 cucharadas de azúcar, se lanzaba que sobre la harina frita con picante de origen 100% mineral, que sobre alguna variedad de pastelillo, que sobre el refresco, y que, frente a la tiendita de la señora Virginia, en el patio, se detendría ante lo sellos negros que dicen “Exceso de sodio”, o “de grasas trans”, o de “azúcar refinado”, los detentes de nuestro sistema de salud, y optaría por un cuenco de quinoa o, mejor aun, en tributo al México profundo, con su inmejorable gastronomía, por un tamalito, una queca frita o, como sugirió nuestra presidenta, un taquito de frijol.

Bueno, pues resulta que no. Que el neoliberalismo, con su comida chatarra, dejó vicios conductuales más arraigados de lo que imaginábamos en el pueblo bueno, y los chilpas, en consecuencia, todavía no están preparados para tomar decisiones sensatas sobre su alimentación. Vaya, que hay que reeducarlos.

¿Qué es lo conmovedor? Que mi Mario, titular de la SEP, ya anunció que va a tomar cartas en el asunto. Que adiós a la comida chatarra en las escuelas, y punto. Prohibida. ¡Bien! Así se forja patria. Ahora falta aterrizar esta decisión en lo operativo. En el día a día. En el detalle, sánguich a sánguich. Aquí es donde el Doctor Patán se permite hacer algunas preguntas. Los detalles a afinar se multiplicarán hasta el infinito, pero, por ejemplo, hay dudas, justamente, con el sánguich, o la torta si prefieren.

Supongo que el jamón está permitido, pero ¿y si doña Virginia le mete mayonesa de frasco, que luego tiene una barbaridad de calorías y, parece, un aceite como para lubricar bicicletas? ¿Se tira la producción del día y se obliga a doña V a hacer mayonesa casera, con aceite de oliva y huevos orgánicos, como la que, humildemente, tan bien se me da? ¿No escalaría eso terriblemente el precio del lunch de Yordy?

Hay más preguntas: si a Brayan su mamá, junto a la telera con frijolitos y aguacate, le pone una bolsa de Takis Fuego, ¿hay que requisarla y meterla a un incinerador adquirido ex profeso de una empresa de los bodoques del bienestar, o en ese caso se respeta lo de “prohibido prohibir” y Brayan puede armarse una torta con Takis dentro, cosa que –debo confesarlo– me parece sublime? Otra: cajeta de súper, mexicanísima pero procesada, ¿sí o no?

En fin, que con esta iniciativa pasa lo que, con tantas de la 4T, en su primer o en su segundo piso: que son más las preguntas que las certidumbres. Es el precio del cambio.

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR

@JULIOPATAN09

MAAZ

 

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