Jean-Christhope Maillot, coreógrafo y director artístico de Les Ballets de Montecarlo, una compañía reconocida por hacer creaciones contemporáneas a partir del repertorio tradicional del ballet, no deja de sorprender con sus composiciones irredentas al confrontar la tradición con la actualidad; y en este careo entre lo que hemos llamado piezas clásicas y las obras de nuestro tiempo, más que un conflicto advertimos un diálogo.
Recientemente, el coreógrafo, nacido en Francia en 1960, presentó su más reciente creación, Coppél-I.A., que estaba lista para ser estrenada en 2018, pero que fue interrumpida por la pandemia causada por la Covid-19. Una vez abierta la posibilidad de reunión en un espacio teatral, la obra vio la luz y se ha presentado en algunos países, incluido el nuestro, por lo que es todavía “una pieza joven”.
Lo que más llama la atención de la obra, escenificada en el Auditorio del Estado de Guanajuato, en el marco del Festival Internacional Cervantino 2024, el 12 y 13 de octubre, es la capacidad de Maillot para encontrar una línea narrativa novedosa y con una potencia que plantea temas de interés general en el mundo contemporáneo globalizado.
Se entiende, desde luego, porque es obvio, el motivo dramático de Coppél-I.A.; es decir, su referencia a la Inteligencia Artificial, cuyo uso es una de las discusiones más importantes tanto en el ámbito de la ciencia como de las humanidades. La filosofía se plantea las preguntas pertinentes sobre las consecuencias positivas y negativas que la I.A. podría generar en la evolución de la humanidad, y en algunos casos se ha puesto sobre la mesa la idea de regular su uso.
Maillot, por su parte, recurre al arte como una de las formas mayores de la reflexión sobre la condición humana y su relación con la tecnología. Pero no lo hace desde la perspectiva fría o determinista, sino a partir de un planteamiento lúdico, que toma como pretexto a Coppelia, una obra clásica cómica y en la tradición del romanticismo, corriente en boga en el Siglo XIX, con música de Delibes, y libreto de Charles Nuitter y Saint-León, basada en “El hombre de arena” (1815), una obra del romanticismo negro o terror gótico, de la autoría de E.T.A. Hoffmann, estrenada en la Ópera de Paris, en 1870.
Desde aquella lejanía de época, Jean-Christophe Maillot, quien se ha presentado ya tres veces en México, con Romeo y Julieta, LAC y ahora con Coppél-I.A., se aboca a trabajar en una propuesta contemporánea que no solamente resulta novedosa, sino que se suma a las obras realizadas por el coreógrafo francés como parte de un conjunto de piezas que están destinadas a conformar un repertorio clásico (por su trascendencia) de la danza del siglo XXI.
En esta pieza, el coreógrafo realiza un ballet que utiliza la técnica clásica para generar un lenguaje actual. Los bailarines virtuosos, entrenados en esta escuela, no son solo ejecutantes, como sucede en la mayoría de las compañías de ballet del mundo, por el contrario, manifiestan todo su potencial como creadores escénicos al establecer un diálogo con el coreógrafo, pero también con la música, el espacio, sus compañeros de escena y el público; y ponen a prueba el compromiso que tienen con la visión del mundo que la obra expresa.
El ballet contemporáneo puede ser analizado desde diferentes perspectivas, porque busca dialogar con su tiempo y con el público de la actualidad; reflexionar sobre lo que es importante para la humanidad en este momento. Y sin duda lo logra al plantear la idea ya no de una “Swanilda”, un “Franz” y un “Doctor Coppelius”, como en la obra Coppelia, del repertorio tradicional, en la que Coppelius creaba muñecas que bailaban, y de una de ellas, la preferida de su creador, se enamoraba “Franz”, hasta que “Swanilda” se hace pasar por Coppelia, una de las creaciones de Coppelius, para recuperar a su amado, a través de una serie de situaciones cómicas.
En Coppél-I.A., Maillot hace referencia a la posibilidad de una bailarina robot, creada ya no por un personaje de carácter como Coppelius, sino por la figura del demiurgo, entendido desde el pensamiento platónico como el Nous (la mente de Dios), capaz de ordenar sub-universos a través de la Arché (El comienzo de todas las cosas), el logos (el orden inteligible que subyace en las apariencias) y la harmonía (o proporciones matemáticas).
En esta obra advertimos un juego dialógico entre la tradición y la actualidad, quizá una de las aportaciones más importantes en términos de resolución de la visión del mundo del creador. Y es que para él es importante entender que la actualidad no rompe determinantemente con la tradición, pues es gracias a ésta que se pueden hacer, de manera evolutiva, nuevas obras que no anulan lo anterior, sino que hacen crecer el repertorio que ya pertenece de suyo a otro tiempo.
La robot bailarina, en la ficción representada como producto de la Inteligencia Artificial, es planteada por Maillot como una posibilidad aún limitada, pues si bien logra reproducir movimientos de los cuerpos orgánicos, le es imposible desarrollar sentimientos y emociones.
Esta visión de la Inteligencia Artificial y de las posibilidades tecnológicas, forman parte del pensamiento que aún considera que la A. I. es una herramienta manejada por los seres humanos y sin, todavía, voluntad.
Advierte, sin embargo, la posibilidad de que, en algún momento, el demiurgo logre la suficiencia para hacer que su muñeca Coppél-I.A. pueda sentir emociones y sustituya al bailarín de carne y hueso. Una posibilidad lejana, pero que queda ahí para la reflexión de un público cada vez más tecnologizado y mediatizado en sus relaciones humanas a través de los ordenadores y el teléfono móvil, lo que nos recuerda el pensamiento del filósofo y teórico de la comunicación, el español Román Gubern, explayado en su libro el Eros electrónico.
Una vez más, Jean-Christophe Maillot sorprende con una puesta en escena que dialoga con su tiempo, que no se detiene frente a la tradición, sino que la usa para construir nuevas obras, y quizá lo más importante, que sus obras siempre tienen algo esencial que decir sobre las preocupaciones de la humanidad en su evolución constante.
Sobre los aspectos estéticos solo diremos que, sin duda, hay un equipo creador de gran talento para el diseño escénico; que, en este caso, construyó una escenografía de paneles en movimiento en color blanco, un vestuario prácticamente del mismo color, que permite resaltar algunos brillos en el vestuario que, junto al movimiento robotizado, dan la idea de una bailarina robot en la escena. Se trata de una propuesta estética sobria, que encuentra la espectacularidad en el diseño de escenografía, de vestuario y lumínica, para dar vida a una obra que además de su belleza, provoca una reflexión profunda sobre el futuro de la humanidad.
POR JUAN HERNÁNDEZ
COLABORADOR
TW: @ISLAS33 / IG: @JUANHERNANDEZ4248
PAL