Debemos agradecer todos a la deidad en la que creamos que ya se va, pero deja su esencia, la pestilencia continuará. Con la salida del presidente López Obrador, llega el fin de una era marcada por su falsa humildad, su hipócrita austeridad, la ausencia de inteligencia y pragmatismo, sustituidas por misticismo, simbolismo y hasta, en casos, esoterismo. Sin duda, un liderazgo que nunca habíamos visto en México. El saldo a golpe de vista: polarización y autocracia. La tercera fue la vencida, y el vencido fue México. López Obrador, quien este martes dejará el cargo pero no dejará de influir, se convirtió en Presidente de la República en 2018, donde prometió transformar el país. Lo hizo, eso es claro, lo convirtió en un país de retaguardia, no de vanguardia. Su legado será recordado por una transformación de país a uno fracturado, con grandes secuelas que, con toda seguridad, se sentirán por generaciones.
No debemos ser más papistas que Francisco I. Si bien es cierto que cuando AMLO asumió la Presidencia, México ya enfrentaba serios desafíos, como la desigualdad social y económica, inseguridad y violencia, corrupción e impunidad; también lo es que, en lugar de mejorar esa situación, su mandato dejó al país en peores condiciones. La militarización, uno de sus sellos más polémicos, es una de las consecuencias más alarmantes. El Ejército, una institución que debía dedicarse a la defensa nacional, fue arrastrado a tareas de seguridad interna y formó parte importante en la Administración Pública Federal, para la que nuestras Fuerzas Armadas no están preparadas.
¿Cómo olvidar si fue hace apenas seis años cuando López Obrador desmanteló el Seguro Popular, un sistema que, aunque imperfecto, ofrecía una base para avanzar hacia una cobertura más equitativa? Hoy, alrededor de 50 millones de mexicanos no tienen acceso a servicios de salud pública, lo que representa una verdadera catástrofe social. Este colapso del sistema de salud pública ha sido uno de los errores más graves de su gestión, especialmente en tiempos de crisis como la emergencia sanitaria de SARS-CoV-2 (COVID-19).
En otro rubro, ya PEMEX era una empresa absurda, es decir, una empresa con pérdidas, pero con la reforma energética se estaba transitando hacia otras formas de energía. Nos estábamos abriendo a la colaboración con el sector privado para revitalizar “nuestra petrolera estatal”. El que se va lo ha dejado en ruinas, así como a todo el sector energético. Ese que se va optó por desmantelar estos acuerdos y centrar todos los esfuerzos en una empresa que hoy, más que nunca, enfrenta pérdidas millonarias. Ya ni hablar de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), que corre con la misma suerte: lo que antes era una empresa rentable, hoy pierde demasiado dinero debido a la mala gestión y a la falta de inversión en infraestructura.
La política energética del presidente saliente, enfocada en la dependencia de fuentes contaminantes y costosas, también socavó una oportunidad de oro. El cambio en las cadenas globales de suministro, impulsado por la emergencia sanitaria de 2020 y las tensiones entre China y Estados Unidos, ofrecía a México la posibilidad de posicionarse como un actor clave en la economía mundial. Sin embargo, en lugar de aprovechar esta coyuntura, López Obrador promovió políticas que encarecieron y redujeron la disponibilidad de energía, un obstáculo insalvable para atraer nuevas inversiones. Y desde luego, uno de los errores más grandes y muestras de soberbia más claras: la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAIM), que habría sido una pieza clave en la integración de México en las cadenas de suministro globales y que fue un golpe adicional a nuestra competitividad.
Aún más que Fox, durante su mandato, AMLO tuvo la popularidad y el poder político necesarios para resolver problemas estructurales de larga data. Entre las reformas que pudo haber impulsado está una reestructuración de la deuda de PEMEX, que hoy equivale al 15% del PIB, y una reforma fiscal que ampliara la base tributaria, fomentando la formalización del empleo y ofreciendo a más mexicanos acceso a crédito, prestaciones laborales y capacitación. En lugar de ello, prefirió utilizar su capital político para concentrar poder, debilitando las instituciones democráticas y desmantelando la separación de poderes, lo que terminó por afectar gravemente la estabilidad del país, y con ello fracturar aún más el país que le dio su confianza y su mandato.
Uno de los puntos más críticos de su fallida administración fue su manejo de la pandemia en 2020. En un momento en que los líderes mundiales demostraron su capacidad de respuesta, el que se va subestimó la gravedad de la crisis desde el principio. La falta de medidas preventivas claras, el acceso tardío a las pruebas y a las vacunas, así como la negación de apoyos económicos, agravaron la situación. México registró una de las cifras de mortalidad más altas del mundo, con más de 800 mil fallecidos. La gestión de la pandemia también expuso la debilidad de nuestro sistema de salud, especialmente al dejar desprotegido al personal médico, muchos de los cuales perdieron la vida. Y ahí entró el esoterismo, cuando pidió protegerse del virus con un “detente”, es decir, fetiches religiosos.
¿Cómo olvidar su política de seguridad? Sí, México ya estaba en una crisis brutal, pero el que se va tiene en su haber más de 200 mil muertes violentas que ocurrieron bajo su mandato, y al despedirse deja todo en manos del Ejército, diciendo que ellos lo resuelvan como policías. Los problemas económicos son igualmente alarmantes: la deuda pública está en niveles récord, el déficit fiscal es abrumador y el crecimiento económico fue la mitad de lo que logró Estados Unidos en el mismo periodo, el peor en más de tres décadas. Nuestro ingreso per cápita disminuyó, lo que deja a México en una situación muy vulnerable.
A diferencia de otros que ocuparon el cargo, López Obrador tuvo muchas oportunidades de convertirse en un líder histórico, capaz de transformar el país para bien, en ser el mejor presidente de la historia, pero eligió el camino del autoritarismo y la concentración de poder, eligió fracturar al país, eligió que ese fuera su legado histórico. En palabras del subcomandante Marcos: “López Obrador tuvo el autoritarismo de Luis Echeverría, la demagogia corrupta de López Portillo, la mediocridad administrativa de Miguel de la Madrid, la perversidad de Carlos Salinas, la ignorancia enciclopédica de Fox, el militarismo de Calderón y la frívola superficialidad de Peña Nieto”, y yo le aumentaría la necesidad enferma de continuar a través de sus sucesores como el “maximato” de Plutarco Elías Calles.
Espero que la justicia en esta vida o en la que sigue no lo absuelva. Los muy pocos que tienen la responsabilidad de servir al país desde la Presidencia no pueden invocar la ignorancia o el desconocimiento para atenuar sus errores, mucho menos culpar a otros que ocuparon su cargo antes que él. Gracias al universo, hoy es el último día del mandato formal de López Obrador. A la nueva Presidenta le deseo el mayor de los éxitos. Si le va bien a su administración le va bien a México. Ojalá pueda quitarse el lastre y abrir los muchos candados que le deja el que se va, por su bien, y por el bien del país.
Como conclusión, en palabras de Enrique Krauze “… su sexenio comenzó con la idea de transformar México. En vez de ello, destruyó sus instituciones y dañó profundamente la democracia. No sembró vida; sembró odio”.
POR JOSÉ LAFONTAINE HAMUI
ABOGADO
PAL