La Cumbre del G20 que tuvo lugar en Nueva Delhi, India, el 9 y 10 de septiembre fue un éxito notable para la diplomacia del país anfitrión. A pesar de la ausencia del máximo líder chino, Xi Jinping, y de Putin, presidente de Rusia, la Cumbre finalizó con la aprobación unánime de una Declaración Final, que destaca por la gran variedad de los temas sobre los que los jefes de estado y de gobierno del Grupo se pronunciaron.
El G20 trabaja sobre la base del consenso. Basta que uno de sus miembros se oponga a la inclusión de un tema para que éste no forme parte de la declaración final. Esa regla obliga a los negociadores del país anfitrión a encontrar un lenguaje aceptable para todos sus miembros. Con frecuencia esto se traduce en textos muy vagos y generales. Pero la Declaración de Nueva Delhi sí contiene posicionamientos importantes sobre temas económicos, sociales y ambientales que alientan esperanzas de que los países que producen el 85 por ciento del PIB mundial impulsen de forma más decidida la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El texto final contiene referencias a la guerra en Ucrania. Aunque no se trata de una condena a la invasión rusa, como era el deseo de muchos países, se reiteran los principios de libre determinación de los pueblos, de la integridad territorial de los estados, y la obligación de todos los estados de cumplir sus obligaciones conforme a la Carta de las Naciones Unidas.
La Declaración de Nueva también hace mención a la necesidad de reformar a las instituciones financieras internacionales, en especial el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo, para que canalicen mayores recursos a los países en desarrollo, para que éstos puedan liberar algunos recursos que hoy destinan al pago de intereses de su deuda externa, de manera que puedan invertir más en programas a favor de los ODS. Aunque se evitan compromisos concretos y menciones a montos específicos, sin duda son pasos alentadores, en la dirección correcta.
El siguiente eslabón será la Cumbre sobre los ODS que tendrá lugar esta semana en la ONU, en Nueva York, en que se espera la adopción de una Declaración Política que dé un impulso más decidido a los ODS. Las tendencias actuales son muy desalentadoras. Con las tendencias actuales, solamente el 12 por ciento de las 167 metas de los ODS tienen posibilidades de lograrse en 2030. Hay retrocesos en pobreza, alimentación, salud y educación. Pocos avances en igualdad de género, trabajo decente y energías no contaminantes. Continúa el calentamiento global y la destrucción de la biodiversidad. Pero el proyecto de Declaración Política que ha circulado va en la misma dirección que la Declaración de Nueva Delhi. Pide acelerar las transiciones energéticas, un cambio favorable para canalizar mayores recursos a los países en desarrollo, y la reforma de las instituciones financieras internacionales. Es un texto que abona a la esperanza.
Este mes también tuvo lugar la reunión cumbre del Grupo de los 77 y China, celebrada en La Habana, Cuba, hace sólo dos días. Fundado en 1964, este Grupo reúne a 130 países de África, América Latina y Asia, que presentan enormes diferencias en capacidades y niveles de desarrollo. El Grupo pretende articular posiciones comunes de las naciones en desarrollo en materias económicas y sociales dentro de las Naciones Unidas y algunos organismos especializados.
Sin embargo, esta Cumbre tuvo una importancia especial para México, por el anuncio del retorno de nuestro país al G77, después de casi treinta años de haberlo abandonado. En mi opinión, México nunca debió abandonar este Grupo. Nuestra participación en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y nuestro ingreso a la OCDE en 1994, no nos obligaban a salir del G77. Fue una decisión autoimpuesta. Chile, Colombia y Costa Rica ingresaron a la OCDE después de México y nunca abandonaron el Grupo.
Muchas naciones en desarrollo lamentaron nuestra salida. Nos veían como lo que somos: un país con capacidad de propuesta, iniciativa y cierta influencia en los países desarrollados. Perdimos interlocución con las naciones en desarrollo, y dejamos un liderazgo y un espacio que aprovecharon otros países de nuestra región. Nos despidieron con fanfarrias.
El G77 tuvo una actuación muy combativa en los años 70s del siglo pasado, cuando exigía en la ONU el establecimiento de “un nuevo orden económico internacional”. Aunque sigue representando a los países en desarrollo en muchos debates en la ONU y otros organismos, su actividad tiene ahora menos impacto por la tendencia a que las decisiones se tomen por consenso. Además, actualmente existe el G20, del que México forma parte, y que reúne en forma permanente a países del norte y del sur. Volver al G77 es una decisión correcta. Podemos recuperar presencia y cierta influencia en el mundo en desarrollo, sin comprometer nuestra posición en América del Norte y en el mundo.
POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS ES PROFESOR EN EL TEC DE MONTERREY
@MIGUELRCABANAS
MIGUEL.RUIZCABANAS@TEC.MX
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