Este fin de semana, los líderes del G-20 celebraron su reunión anual en Nueva Delhi, India. El encuentro estuvo marcado por la creciente tensión entre los países del llamado bloque occidental y la alianza sino-rusa, reflejada en la ausencia de Xi Jinping y Vladímir Putin.
En ese contexto polarizado, las expectativas no eran muy alentadoras. Menos aún cuando, hace apenas dos semanas, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) aceptaron las candidaturas de Arabia Saudí, Argentina, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Etiopía e Irán para integrarse a dicho mecanismo. La intención de fondo es clara: intentar crear un contrapeso geopolítico frente al liderazgo de Estados Unidos.
Al mismo tiempo, destacó el anuncio de un acuerdo entre EE. UU. y la Unión Europea para la construcción del Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa: un megaproyecto de infraestructura energética, de transporte y comunicaciones que busca competir con la Nueva Ruta de la Seda, una iniciativa de China, lo cual, naturalmente atiza tensiones y rivalidades.
Sin embargo y pese a sus diferencias, los líderes lograron construir acuerdos sobre distintos temas de especial interés para el llamado Sur Global. La declaración conjunta expresa, por ejemplo, la voluntad de fortalecer los bancos multilaterales de desarrollo, así como la disposición de atender casos de deudas insostenibles. También se anunció la adhesión de la Unión Africana como integrante del foro.
La necesidad de adoptar medidas para enfrentar el cambio climático fue un consenso. El G-20 acordó triplicar la capacidad energética global de energías renovables hacia 2030. Los líderes se comprometieron a reducir progresivamente el uso de energías fósiles, a partir de las circunstancias de cada país, y refrendaron el compromiso de descarbonizar la economía para el año 2050.
La posición del G-20 frente a la guerra en Ucrania fue la principal fuente de desencuentros. La declaración aprobada se limita a un llamado para respetar la integridad territorial, la soberanía y el derecho internacional, sin condenar explícitamente la invasión rusa. Rechaza la expansión por el uso de la fuerza y respalda la construcción de una paz justa y duradera en Ucrania; sin duda una fórmula sin mayores consecuencias, pero la solución más diplomática que se logró frente a un asunto que suscita diferencias irreconciliables.
Con todo pues, la cumbre del G-20 fue exitosa. Y ello es una buena señal para la salud del multilateralismo en un mundo cada vez más polarizado, donde la política y la diplomacia han sufrido los embates crecientes del unilateralismo y las imposiciones violentas.
Para México, el balance de la reunión es gris. La cumbre se suma a las oportunidades perdidas que se han acumulado durante cinco años, a causa del desentendimiento del Ejecutivo Federal hacia la política exterior. Los retos que enfrenta la cooperación económica internacional abarcan aspectos tan bastos y amplios como las nuevas tendencias en el comercio, el desarrollo sostenible, el cuidado del medio ambiente y el impulso a las energías limpias; aspectos en los que México debe tomar parte proactivamente. El riesgo de no hacerlo no solo es el aislamiento si no el retroceso en dichos temas.
Es innegable que el liderazgo y el prestigio de nuestro país en el mundo se siguen deteriorando. Su reconstrucción será una responsabilidad de Estado en los próximos años. Es momento de mirar hacia el futuro.
Claudia Ruiz Massieu
Senadora de la República
MAAZ