Es evidente que las dictaduras no generan incertidumbre electoral. En estos sistemas se sabe desde un principio que el partido en el poder es el que va a ganar. Por lo tanto, no hay necesidad de implementar “costosos” procesos electorales. ¿Cómo para qué, si ya se sabe quién continuará en el poder?
Estoy segura de que a muchos aspirantes a autócratas estas características por demás antidemocráticas les resultarán muy atractivas e interesantes. Pero no olvidemos que en democracia las cosas no son así.
El principio de incertidumbre en momentos electorales es fundamental. Ningún partido ni candidata o candidato tiene el triunfo asegurado y quizá lo más importante: los que participan en esta competencia saben que es parte de las reglas del juego aprender a perder, a poner buena cara y seguir adelante.
Ganar es muy fácil, como decía Felipe González –expresidente del Gobierno español después de la dictadura de Franco y hasta su último periodo en 1996– para la victoria todos estamos preparados. Lo que define la democracia —sigo con González— es la aceptación de la derrota a partir de la decisión que tomen los ciudadanos.
Todo esto es posible si existe un piso parejo para todos los participantes antes de la contienda y si las instituciones muestran una respetable neutralidad a través de todo el proceso. Esas son las condiciones democráticas.
Con preocupación recuerdo la reacción del entonces candidato López Obrador al perder la elección presidencial en 2006. Todavía hoy, 17 años después, seguimos sufriendo las consecuencias de la no aceptación de su derrota.
Del plantón de semanas en Paseo de la Reforma a la mención en los controvertidos libros de texto en este 2023, de cómo no le fue “reconocido” su triunfo; de su enojo permanente con Felipe Calderón a sus intentos recientes por desmontar al órgano electoral.
¿Podría pasar algo similar en caso de perder en 2024 el partido oficial? ¿Será posible que todos los partidos y candidatos acepten la incertidumbre que conlleva una elección y, por lo tanto, su posible derrota?
Realmente estoy llena de dudas y bien a bien no lo sé; como decía antes es muy preocupante, hay mucho en juego; para decirlo sencillamente está en juego nuestra, tan difícilmente conseguida, democracia.
En este complicado camino hacia el 2 de junio del 24, de piso parejo no podemos hablar. Hemos visto como las tres corcholatas mayores —unas más que otras— no han tenido el menor pudor para mostrar su derroche en bardas, espectaculares, mítines, viajes —algunos hasta en aviones particulares— y reuniones multitudinarias.
¿De dónde han salido estos dineros? ¿Cinco millones de pesos que reconoce el partido oficial haberles dado son suficientes para todo esto? Estos hechos me hace presuponer que el o la perdedora del proceso interno de Morena no aceptara la derrota. Los dimes y diretes entre Ebrard y Sheinbaum hablan de ello y me hacen improbable pensar que serán capaces una u otro de aceptar que perdieron.
Aceptar la derrota es la esencia de la democracia. No lo olvidemos.
POR TERE VALE
COLABORADORA
@TEREVALEMX
MAAZ