Hace más de 170 años el Dr. Cesare Lombroso, en Italia, comenzó a buscar una aproximación científica al estudio de los criminales. El rostro del asesino o rostro “lombrosiano” fue una de sus conclusiones más controvertidas ya que sostenía que ciertos rasgos faciales y/o anatómicos podrían determinar si una persona era un criminal o no. Desafortunadamente este tipo de estudios (totalmente descabellados) sobre las características antropomórficas ligadas a la violencia, dieron como resultado supuestos tan oscuros como la superioridad de algunas razas sobre otras y fueron parte de la inspiración de Hitler en cuanto a la inferioridad de los judíos y la superioridad aria.
Hoy sabemos que las características de un rostro o la forma de caminar no son prueba alguna de alteraciones sociopáticas y se trabaja por encontrar (si es que existen) las bases neuropsicológicas de la violencia.
Sabermos que aquel que muestra conductas agresivas en un grupo adquiere un estatus social mayor y dominio sobre posibles competidores. Esto ha sucedido y sucede en sociedades simples o en la escuela primaria a la vuelta de la esquina. La agresión y hacer ostentación de ella es reforzado por muchas sociedades porque es una conducta atávica de la preeminencia del más fuerte para garantizar la sobrevivencia del grupo, la prioridad número uno de todas las especies sociables. La educación y la cultura han venido a moderar estas conductas primitivas. Un cerebro evolucionado y controles sociales (ojo) han logrado atemperar medianamente estas actitudes, pero bien a bien no hay soluciones sencillas para este problema.
Sigmund Freud en el siglo XIX desarrolló su emblemática teoría sobre Eros (el amor y la vida) y Thanatos, ese impulso de muerte que nos lleva a agredir y matar. El también psicoanalista Erich Fromm nos habló de una agresión que tiene que ver con el instinto de supervivencia y otra patológica que se relaciona con el poder de uno sobre otro y el placer derivado de la sumisión del de enfrente.
Konrad Lorenz, premio Nobel de Fisiología en 1973, habla de un instinto de agresión. Lo que se plantea es: ¿por qué luchan los seres vivos unos contra otros? De acuerdo al autor, el deseo de sangre y la crueldad formarían parte del repertorio inevitable de las conductas ya que todas estas pasiones son innatas y programadas filogenéticamente. El éxito del neo-instintivismo de Lorenz exime de culpabilidad a los humanos. Si somos asesinos o torturadores es porque no tenemos escapatoria y vivimos a merced de nuestras emociones.
Por todo lo anterior, me preocupó seriamente que Ebrard como parte de su estrategia para combatir la violencia, llamada ANGEL, proponga “el reconocimiento morfológico de fenotipos de delincuentes”. Ay, caray ¿Ahora resulta que nuestra apariencia física puede determinar si somos criminales o no? ¿De acuerdo con quién? ¿En qué teoría se basa para decir eso? ¿Quién le sugirió esto, don Marcelo?
Las conductas criminales son bastante más complejas de lo que parecen y estas absurdas estrategias nos llevarían a vivir en un Estado policíaco y totalitario. Por favor, no nos planteen soluciones insoportablemente peligrosas y leves.
POR TERE VALE
COLABORADORA
@TEREVALEMX
PAL