El regreso de Luiz Inácio Lula da Silva a la palestra pública internacional ha sido casi tan auspicioso como se auguraba, pero desde luego más accidentado que lo nadie esperaba.
Más allá de Brasil, mucha de la izquierda latinoamericana puso esperanzas y hasta capital político en el tercer gobierno del popular Presidente brasileño, pero las cosas no parecen haber funcionado tan bien como hubieran deseado.
El nuevo régimen de Lula era visto como el punto culminante de la "marea rosa" que desde hace cinco años ha llevado gobiernos populistas de izquierda a por lo menos siete países de Latinoamérica.
Pero las cosas no han sido tan simples. Al margen de enfrentar una dura oposición de derecha en lo doméstico, el Brasil de Lula no abandona su pretensión de convertirse en líder regional de un bloque sudamericano ideológicamente diverso que en su visión debería estar compuesto por Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay, Venezuela y tal vez Guyana.
El peso económico regional de Brasil debería facilitar el intento y el bloque sería el punto de lanzamiento en su ya añeja búsqueda de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de unas Naciones Unidas reformadas.
Para ello, convocó la semana pasada a una reunión para revitalizar el grupo Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR), creado durante su primer mandato.
Pero su insistencia en incorporar al venezolano Nicolás Maduro y hacerlo ver como víctima de una narrativa malévola chocó con la opinión de presidentes como el chileno Gabriel Boric y el uruguayo Luis Lacalle Pou, que se refirieron a los problemas de derechos humanos en Venezuela.
La exclusión de México, Centroamérica y el Caribe, aunque esperada, sólo añadió fuerza a las sospechas en torno al geocentrismo brasileño.
De entrada, la idea de que la competencia diplomática entre Brasil y México hubiera sido superada por la coincidencia de dos presidentes progresistas resultó un error. El pragmatismo de Lula da Silva en su relación con Perú contrasta con la dura posición del presidente Andrés Manuel López Obrador en torno al nuevo régimen peruano.
Algunas expresiones de simpatía personales y confluencias en el "Grupo de Puebla" han sido insuficientes para facilitar la comunicación.
Pero igual, el presidente argentino Alberto Fernández afirmó durante el encuentro que "Unasur se trata de intereses comunes, no de ideologías".
Y aunque tanto Lula da Silva como López Obrador coinciden en actitudes de tolerancia y hasta "comprensión" hacia los gobiernos de Venezuela y Nicaragua, algunos informantes consignan que Itamaraty no deja de hacer saber su desconfianza respecto a México y sus vínculos con Estados Unidos.
Esa desconfianza fue parte de las tesis que manejó hace 15 años el ahora asesor presidencial y entonces Ministro de Relaciones Exteriores, Celso Amorim, y se dice prevalecen todavía en su consejo.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
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