La familia: ¿Invento social o hábitat natural…?, ¿Institución diseñada por la naturaleza misma? o ¿producto cultural de una sociedad machista, inequitativa e injusta? ¿Será que la familia, tal como la veían nuestros padres y nuestros abuelos ha cumplido su finalidad histórica rebasada por las exigencias de la vida moderna? ¿Se habrá vuelto obsoleta en la práctica para ser sustituida por otras fórmulas de convivencia sexual? Con estos cuestionamientos se acorrala a la familia contra la pared poniendo en duda su origen natural y valor permanente. Curiosamente, este común denominador llamado naturaleza, algo que identificamos sin problema cuando hablamos del cosmos —hábitat natural que nos rodea—, que reconocemos como sagrado al referirnos a la conservación y preservación de las especies, se pone en entredicho cuando hablamos de lo natural de la especie que nos identifica.
Es cierto que muchas familias, ante los múltiples desafíos que presenta el mundo actual, atraviesan por dolorosas crisis y sufren desconcierto. También es cierto que, debiendo ser el hábitat natural del amor por los lazos de parentesco que vinculan a sus miembros, en ocasiones se convierte en un espacio donde reina la inestabilidad y surge la violencia. Sin embargo, no hay que perder de vista a esas miles de familias que sí cumplen con su función. A todas aquellas que —fieles a su misión originaria— han demostrado su eficacia, de generación en generación, resolviendo las necesidades de la vida cotidiana y dando felicidad a sus miembros.
Ante la crisis de valores que padece la sociedad actual, hay que impulsar un modelo de familia que favorezca la salud social, sin intención de excluir o discriminar a nadie reconociendo, de antemano, que no hay familia perfecta. Toda familia en cierto sentido es disfuncional debido a las carencias e imperfecciones de quienes las conformamos. Es parte de la condición humana. Sin embargo, la desintegración familiar acelerada de las últimas décadas sólo ha servido para acarrear sufrimiento a la población. Un sufrimiento traducido en delincuencia, violencia, drogadicción, pobreza, abandono y carencias de todo tipo. Es importante, por tanto, definir un modelo aspiracional de familia que garantice el bienestar y la estabilidad emocional.
Me refiero a la familia cimentada en la unión estable entre un hombre y una mujer —llamada matrimonio—abierta a la transmisión de la vida. A esa familia que es principio de sociabilidad, escuela de virtudes humanas y de capacitación para el trabajo. Al lugar al que se vuelve para encontrar seguridad, ahí donde se hunden las raíces históricas que sustentan la pertenencia a un pueblo o a una nación. Donde nace el amor a la patria y se descubre la propia identidad a través de los gestos y expresiones del hermano, en el rostro del padre o de la madre quienes, a pesar de los pesares, nunca dejarán de serlo.
Al ciudadano común, producto de una sociedad artificial, le cuesta el contacto con las realidades naturales. De la misma manera que no puede haber novedad en la composición química del agua, H2O, ni se justificaría el cambiar su fórmula originaria so pretexto de abundar en nuestro planeta agua contaminada, respecto al matrimonio y a la familia no se puede hablar de novedad porque sus términos hacen referencia al sustrato más natural y primario del hombre. La complementariedad que en forma natural se da entre los sexos, no están ahí simplemente como una piedra o un árbol en el paisaje en indiferencia recíproca. Se explica en relación del uno con la otra por una mutua atracción encaminada a la unión y perfecta complementariedad. Y esta unión entre ambos sexos, además de ser expresión de comunión y amor recíproco, conlleva en sí misma la fecundidad para la conservación de la especie. Cada generación asegura la continuación de la vida humana, procreando y educando a otra nueva generación. Es así como la familia viene a ser la perpetuación histórica de la unión conyugal.
POR PAZ FERNÁNDEZ
PAL