Dos han sido los rasgos históricos del empleo en el sector de la construcción en México: el perfil altamente masculinizado de la fuerza de trabajo y la precariedad de las relaciones y condiciones laborales, especialmente para quienes ejercen oficios obreros. No obstante, en los últimos años este mercado laboral ha experimentando cambios, dada la expansión de esta actividad económica a nivel nacional y global que ha demandado contar con contingentes más amplios de trabajadores y trabajadoras. Es así como se observa una creciente participación de mujeres y al mismo tiempo una mayor segmentación entre espacios de relativa protección laboral y otros en los que persiste el patrón histórico de precariedad.
En un contexto como el descrito, podríamos pensar que las mujeres, por su condición de género, necesariamente se encontrarían en desventaja respecto de los varones y que experimentarían mayores niveles de explotación y precariedad laboral. Sin embargo, una gruesa caracterización de las condiciones de empleo en la construcción en México revela que hombres y mujeres que realizan las mismas tareas suelen encontrarse en similar situación salarial y de acceso a garantías: fluctuante y precaria.
Son otros los elementos que diferencian la experiencia de hombres y mujeres que ejercen oficios obreros de la construcción, particularmente configuradas por dinámicas de violencia. El caso del feminicidio de Angélica María Hernández, trabajadora de la construcción (Chimalhuacán, Estado de México), es el epítome de esa desigualdad. Los detalles del crimen revelan que este hecho cumple con una serie de características comunes vividas por otras víctimas de violencia de género: tortura, violencia sexual, ocultamiento y obstrucción de la justicia.
No es irrelevante que este crimen haya ocurrido en uno de los estados con mayor incidencia de asesinatos de mujeres en el país, donde sólo durante el primer mes del año 41 mujeres han sido asesinadas de manera dolosa. Estos crímenes son facilitados por la impunidad y por condiciones estructurales que potencian y complejizan la violencia contra las mujeres, entre ellas la violencia económica y la violencia institucional.
Lo particular de este hecho es que ocurrió en el lugar de trabajo de la víctima y a manos de sus compañeros/pares. Es necesario puntualizar y contextualizar este aspecto ya que según algunos datos la mayor parte de los feminicidios ocurre a manos de parejas o exparejas -donde median emociones como celos, deseos de control, etc.- seguidos de desconocidos en espacios públicos -por ejemplo, miembros del crimen organizado en algunos contextos-, y mucho menos frecuentemente por compañeros de trabajo, cuyas motivaciones en este caso habría que dilucidar.
Si bien la incursión de las mujeres como trabajadoras de la construcción en la Ciudad de México y la zona metropolitana es rastreable desde finales de la década de los ochenta, en la actualidad estamos ante un fenómeno cada vez más extendido y permanente. No son la mayoría de la fuerza de trabajo en el sector (apenas un 10% en promedio en el país), pero es posible encontrarlas en distintas fases, posiciones y oficios. En el país, son alrededor de 150 mil mujeres las que trabajan en la construcción. La mayoría son mujeres jóvenes entre 25 y 40 años. El 90 por ciento de las mayores de 50 años sólo se dedica a trabajos de limpieza, cocina, supervisión de banderilleras y remoción de escombros” (https://www.milenio.com/politica/comunidad/mexico-10-trabajadores-construccion-mujeres-fundacion)
La presencia de las mujeres en la construcción está impulsando cambios y poniendo en cuestión normas, jerarquías, roles y estereotipos de género, dado que este ha sido un mundo laboral predominantemente masculino. Sin duda alguna, las transformaciones de este tipo generan resistencias por parte de quienes ven disputado su lugar, condición y/o privilegios (por ejemplo, llegar a sentir que pueden ser desplazados de sus puestos o que las mujeres pueden obtener iguales o mejores ingresos). Esto puede tomar carices violentos, siendo el feminicidio su expresión máxima.
En el caso de Angélica María y por testimonios recabados en la prensa es posible suponer que conocía a uno de sus agresores, quien le ofreció trabajo en una obra en construcción sabiendo que ella se dedicaba a los oficios que había aprendido de su padre, con el fin de incrementar sus ingresos, comprar un terreno y ofrecerles un patrimonio a sus dos hijos -de 5 y 11 años-.
El perfil de Angélica María es el de incontables mujeres de las periferias de la Ciudad de México que hoy se ocupan en la construcción, en algunos casos por gusto, especialmente las que tienen oficios, y en muchos otros por necesidad, sobre todo quienes accedieron a menor escolaridad, son proveedoras del hogar y trabajan en limpieza gruesa o fina o incluso como ayudantes de albañil, en un mercado laboral precarizado.
En nuestra investigación con mujeres que incursionan en este sector hemos recogido testimonios sobre las dificultades a las que se enfrentan cuando ingresan a trabajar en las obras, desde la precariedad laboral y las malas condiciones de trabajo (seguridad, instalaciones y equipo apropiado) hasta el acoso, el hostigamiento y el abuso sexual. Esto es más notorio en obras de menor tamaño y con arreglos laborales informales. Es por ello que las mujeres suelen ingresar a estas obras acompañadas por familiares con los que integran cuadrillas o recomendadas por amigas o vecinas con quienes forman redes de protección, especialmente en obras de mayor tamaño. Otra estrategia reciente de las mujeres con oficios es la de formar redes de “talacheras” que trabajan sólo con y para mujeres, para evitar distintas formas de violencia machista en la construcción. Según informantes clave (como contratistas o jefes de obra) las mujeres “casi nunca están solas”, lo que señala la existencia de un riesgo percibido de vivir acoso y hostigamiento por parte de jefes y compañeros de trabajo. Se trata de un espacio laboral dominado por hombres en el que la presencia de mujeres causa resistencia, temor y rechazo.
Dice Rita Segato que la violencia sexual no tiene nada que ver con el placer (ni siquiera el masculino), es ante todo un tipo de violencia aleccionadora que comunica a la sociedad que quienes se atreven a subvertir las normas instituidas del género, especialmente si son mujeres, merecen un castigo. Las mujeres suelen enfrentar distintos tipos de acoso en el espacio público, desde piropos intimidantes hasta agresiones más violentas, destinadas a reforzar la comunidad de varones y a señalarles a las mujeres que este espacio no les pertenece. Ocurre también en los espacios de trabajo y más aún en aquellos donde predomina una “cultura laboral masculina” como el de la construcción. Si bien se han producido algunos cambios en esta cultura a partir del ingreso de más mujeres a las obras, la violencia sigue presente en distintas manifestaciones, desde el hostigamiento laboral, la descalificación y la creación de obstáculos al ingreso y al ascenso de las mujeres en la escala de los puestos de trabajo hasta el acoso y el hostigamiento sexual, llegando al abuso y la violencia física extrema. Es en esta clave que deberíamos leer el crimen en contra de Angélica María.
POR LESLIE LEMUS (CES-COLMEX) Y CRISTINA HERRERA (CEG-COLMEX)
PROYECTO CONJUNTO: “MANOS OBRERAS: PROCESOS DE INCORPORACIÓN DE MUJERES A LOS OFICIOS DEL SECTOR DE LA CONSTRUCCIÓN DE VIVIENDA EN LA CIUDAD DE MÉXICO
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