El discurso público de la década de 1980 presentaba una alegoría donde la calle era pintada como un terreno baldío atestado de depredadores(as) sexuales, mientras que la casa era retratada como un espacio seguro en el que, de vez en cuando, las y los adultos tenían que contar hasta diez para evitar vejar a sus hijas(os).
La década de los 2000 nos enseñó dos cosas nuevas: Que los castigos corporales no tienen absolutamente ningún valor pedagógico —y que hacen más mal que bien— y que hay algo llamado bullying, cuya incidencia tiene proporciones epidémicas. Ahora sabemos que el bullying tiene consecuencias más severas para la salud mental que el maltrato infantil en casa —en promedio, sin contar manifestaciones extremas—.
Los inicios de la década de 2020 nos trajeron nueva información: el estudio más amplio y ambicioso sobre el bienestar de niñas y niños que se ha hecho hasta la fecha reveló que vivir en un entorno peligroso repercute más en su bienestar subjetivo —reportado por ellas y ellos— que estar en un hogar, escuela o barrio inseguros.
Pese a que muchas personas tratan de blindar la infancia de sus hijos e hijas del exterior, dos factores hacen esa tarea cada día más difícil: las redes sociales y el hecho de que es imposible ocultarles la verdad cuando las balaceras suceden al lado de su escuela, como sucedió en Cintalapa, Guaymas y Cajeme en un lapso de apenas dos semanas a finales de febrero.
Atrás quedaron los tiempos en que podíamos elaborar una pintura del mundo para nuestros hijos e hijas en el que no incluyéramos, al menos por unos años, lo violenta, brutal e irracional que puede llegar a ser la lucha por los recursos y la estima social entre las personas adultas, y esto nos obliga a pensar en nuevas formas de cuidar su desarrollo emocional, pues las consecuencias de un mal manejo pueden durar toda la vida.
Te pongo un ejemplo: Las últimas investigaciones sobre violencia y bienestar socioemocional revelan que los niños, niñas y adolescentes expuestos a la violencia armada son más propensos a tener estrés postraumático, a suicidarse, a deprimirse, a abusar de sustancias y a sufrir ansiedad; también revelan que tener trastornos socioemocionales previos o ser niña incrementan el riesgo de presentar estos problemas.
Podrías pensar que si tus hijos no saben cómo suena un balazo, nada de eso les va a pasar. Sin embargo, las y los psicólogos contemporáneos también han descubierto que no es necesario estar expuestos directamente a la violencia para sufrir consecuencias emocionales: Basta con enterarse por las noticias para empezar a tener manifestaciones de ansiedad tan graves que, incluso, llegan a impedir que personas adultas quieran salir de casa o pararse de la cama.
ACUERPAR A LAS INFANCIAS
Lo que también quedó atrás —o deberíamos dejar atrás— es la noción de que las y los niños son seres ingenuos que se forman una idea del mundo sólo con lo que se les dice en casa y en la escuela. Lo que nos corresponde como generación parental informada por estos 40 años de investigación es crear espacios seguros en casa y en la escuela para que niñas, niños y adolescentes puedan ejercer su derecho a aprender, pero también acuerparlos mientras conforman su interpretación de la sociedad en la que viven.
Sin cometer el error de tratarlos como adultos, es imprescindible hablar con ellas y ellos, reconocer y validar sus emociones, así como brindarles herramientas para disfrutar sus años formativos. Platica con tu(s) hijo(s/a/as) hoy. No sabes el bien que les hará.
POR ANTONIO VILLALPANDO ACUÑA
INVESTIGADOR EN MEXICANOS PRIMERO
@AVILLALPANDOA
LSN