Hoy es el último jueves del año y no lo puedo creer todavía. El lunes que viene despertaremos en 2024 y los adornos navideños estarán obsoletos de un segundo a otro, lo que siempre me ha causado cierta fascinación por mi espíritu de museógrafa. A veces me es difícil escribir en estas fechas sin recurrir a algunos clichés pero, ¡qué rápido se fue este año los últimos meses, y qué lento transcurrieron al principio! Vaya, ni siquiera sé en qué momento dejé de tener veinte años y tendré 50 el próximo septiembre. Sin embargo, este agonizante 2023 me ha traído reflexiones distintas por aquello de la edad y lo cada vez más doloroso que resultan las muertes de las personas y de las cosas que amamos o a las que nos hemos aferrado.
Hay que dejar ir para dejar espacio para lo nuevo que está por venir que seguramente será mejor, dicen, pero en mi caso ni soy holística ni tan optimista, además soy una atea convencida, lo que me trae muchas más ventajas de lo que parece.
Primero que nada, no recurro al optimismo irracional como forma de vida ni me aferro a ningún pensamiento mágico que me traiga bonanza nomás por decretar o pronunciar palabras bonitas. Creo que esta manera de manejarse te deja sin defensas y no te permite ver con claridad las posibles soluciones. De hecho, no le tengo mucha fe a la esperanza porque, primero que nada, venía hasta el fondo de la caja de Pandora que es donde se guardaban todos los males del mundo, lo que no es una buena señal. Las cosas dependen de muchos factores que no están en nuestras manos y para colmo, la verdad, no somos nada. Tomando en cuenta todo esto la vida se presenta y se toma por los cuernos, decidiendo lo que nos convenga o no y ya está. Eso es todo.
Desde mi perspectiva, una armadura más poderosa es el no ser ingenuo y tener cierta dosis de desconfianza; esas dos cosas son una gran defensa ante la vida real para la que no hay cosas buenas ni malas, y a quien en realidad le valemos madres. La vida sigue su curso por más rezaderas, ofrendas o rituales colectivos que nos inventemos aunque, es verdad también, que es hermosa, que ciertos rituales mundanos hacen la diferencia de muchas cosas y que trabajar duro y fomentar el pensamiento crítico es el mejor Rocinante o Babieca sobre el que podemos montarnos para librar las batallas cotidianas.
Que se caiga lo que tenga que caer, que se termine nuestro universo y se queme por completo con toda y la basura que no necesitamos para ser felices. ¿Para qué deseamos el mundo personal que tenemos si ya no sirve? Lo mejor es que se derrumbe para reconstruirnos y seguir adelante más fuertes, y esta es mi versión optimista de lo que se necesita para tener un 2024 mejor, valiente y libre de tonterías que nos quiten el tiempo y enturbien nuestra visión, para así defendernos de la vida y disfrutarla con lo que quede de todo esto. Pero eso sí, jamás salgan a la calle sin protector solar. Espero de corazón que 2024 tenga un cierre espectacular para todos, aunque lloremos un poquito por lo que perdimos esta vez y sigamos adelante con ganas, con la seguridad de que estamos vivos y que ya nada más por eso, hay que seguir adelante. ¡Felices fiestas y que tenga un increíble 2024!
POR JULEN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG
PAL