Pocas cosas hay más simbólicas, más emblemáticas, queridos lectores, que la bandera blanca. Es la señal universal de rendición, de tregua, del no combatiente atrapado en el fuego cruzado. Eso fue lo que vieron efectivos del ejército israelí el viernes pasado en el barrio de Shejaiya, en la ciudad de Gaza: una bandera blanca y tres hombres descamisados. Las reglas de combate de las Fuerzas de Defensa Israelíes estipulan que no se debe disparar a quien ondea una bandera blanca, pero poco le importó eso a uno de los soldados, que abrió fuego abatiendo a dos de los hombres. El tercero corrió a esconderse, gritando algo ininteligible en hebreo. Pocos minutos después, también estaba muerto.
Tres hombres muertos en medio de la masacre cotidiana en Gaza no serían noticia, ni siquiera tres hombres descamisados ondeando una bandera blanca, salvo porque se trataba de tres rehenes israelíes que quién sabe cómo habían logrado escapar de sus captores y, al ver a sus compatriotas, hicieron las dos cosas que los tendrían que haber mantenido con vida: la multicitada bandera blanca y desvestirse de la cintura para arriba para mostrar que no portaban armas ni tampoco eran bombarderos suicidas. De nada les sirvió a ellos, pero el escándalo desatado por su muerte ha puesto en evidencia lo que diversos observadores y organismos internacionales llevan denunciando hace semanas: la determinación del gobierno de Benjamín Netanyahu de combatir a Hamas sin importarle ni las reglas de la guerra ni las muertes de civiles no combatientes.
(Si bien ya lo he hecho en mis anteriores artículos aquí en El Heraldo de México y en numerosas ocasiones en redes sociales y medios electrónicos, reitero mi condena al terrorismo de Hamas, a cualquier expresión antisemita y a quien pretenda hacer responsable al pueblo judío de los actos y omisiones del gobierno de Netanyahu).
La estrategia de Netanyahu y sus aliados más radicales parece dirigida a hacer de Gaza un lugar inhabitable para los poco más de dos millones de palestinos que sobreviven ahí y que desde antes de esta última escalada ya enfrentaban condiciones inhumanas de subsistencia, mientras que aprovecha la circunstancia para reforzar su apoyo a los colonos de los asentamientos ilegales en Cisjordania. Lógicamente las más de 18 mil muertes en Gaza (se calcula que el 70% de ellas de mujeres y niños) capturan la mirada y la indignación internacionales, pero no hacen menos grave lo que sucede en esa otra parte de los territorios ocupados por Israel.
Y no se puede dejar de mencionar la acción deliberada de parte del gobierno de Netanyahu de restringir severamente el acceso a alimentos, agua y combustible en la franja de Gaza, en algo que Human Rights Watch llamó, en un reporte difundido ayer, el uso de la inanición de la población civil como arma de guerra, lo cual -en palabras de HRW- constituiría un crimen de guerra.
Lo he dicho antes y lo reitero: el peor enemigo de Israel, y de los judíos alrededor del mundo, se llama Benjamín Netanyahu. El daño que ha hecho a su causa es incalculable.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
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