Escribir con luz

Todo cargado de flores…

El ritual conocido como La "Muerte niña" es una práctica fotográfica del siglo XIX que buscaba preservar el recuerdo de los niños difuntos

Todo cargado de flores…
Cynthia Mileva / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Pellicer escribió: “El pueblo mexicano tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor a las flores”. Las imágenes de los altares de Día de Muertos, retratos de difuntos, adornos de calaveras de papel y más reciente las selfies de catrinas, son una explosión visual de México para el mundo. Un festín acompañado de gladiolas, cempasúchiles, terciopelos, nardos y una buena lista de flores que, en efecto, nos gustan hasta la obsesión. 

Un imaginario que nació desde los indicios de flores hallados en los primeros enterramientos de la cultura prehispánica y que se ha nutrido de momentos históricos heredados, como la “Muerte niña”, una práctica fotográfica del siglo XIX que buscaba preservar el recuerdo de los niños difuntos. 

Los “angelitos” eran vestidos de bellos ropones y se rodeaban de flores en su cuna o en brazos de los suyos. La belleza de estas antiguas fotografías reside en el cuidado para captar la metáfora del sueño eterno. La súbita muerte del pequeño no era motivo de supresión, al contrario, era —con las dificultades técnicas de la época— la afirmación de su presencia en el álbum familiar. 

Aunque la relación entre la fotografía y la muerte es tan antigua como la misma invención de la cámara, para la mirada extranjera pensar en esta idea, puede ser inquietante. Los lleva mentalmente a la horrorosísima imagen del horrorosísimo cadáver, cual nota roja —más bien colorada— desde los tiempos de Posada. 

Para la gruesa piel nacional, en cambio, la idea de la muerte no sólo ha sido domesticada por medio de la representación, sino venerada y satirizada. El impacto del momento fatal, su horror y su violencia duele como en cualquier otra latitud, pero culturalmente hemos construido con cráneos de dulce el camino que nos permite mantener la memoria del sujeto amado, que es, otra forma de existir.  

POR CYNTHIA MILEVA 

CYNTHIA.MILEVA@HOTMAIL.COM 

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