Hace apenas 15 años, y tal parece que un mundo y siglos aparte, el entonces candidato presidencial republicano John McCain protagonizó una de esas anécdotas que llegan a ser míticas por sus alcances.
Interrogado por una votante republicana que declaró que no podía tener confianza en el demócrata Barack Obama, porque era "árabe", McCain justificó su caballeresca reputación.
"No, señora. (Obama) es un decente hombre de familia, ciudadano, con el que por cierto tengo desacuerdos en temas fundamentales. Y de eso se trata esta campaña".
Hoy, los políticos de muchos países aprovecharían la oportunidad para lanzar más descalificaciones e, incluso, invectivas personales sobre su adversario o sus críticos.
Es tal vez reflejo de la época. McCain, después de todo, inició su carrera política cuando aún se distinguía entre "el negocio" y "lo personal", cuando los políticos de bandos opuestos eran capaces de tener diálogo entre sí sin ser considerados como "traidores". Trump, que evadió el servicio militar, lo acusó de "perdedor" porque fue prisionero de guerra en Vietnam.
En los años 80, también en EU, el presidente Ronald Reagan, republicano, y el líder demócrata de la Cámara baja, Thomas Tip O'Neill, se destrozaban en público, pero se reunían luego, en privado, para bajar el tono de la discusión y asegurar una comunicación.
La pérdida de esa formalidad, afecta porque la política y el gobierno se hacen a base de negociación, no de imposiciones.
Es cierto que hay antecedentes en EU sobre polarización y falta de diálogo. Pero hace 150 años no se veía algo como lo que hoy ocurre.
Según politólogos y analistas, ya en los últimos 20 años se han hecho más visibles la división política y la inmovilidad legislativa, con problemas de gobernanza como secuela.
En ese sentido, no son pocos los temores despertados por la posibilidad de un segundo gobierno de Trump. Más allá de sus problemas éticos y legales personales, por lo que parece el intento de agrandar y ensanchar el poder del Ejecutivo en su beneficio, y a costa de los controles y equilibrios aportados por los poderes legislativo, judicial y organismos autónomos especializados.
Ciertamente, ya no es novedad que líderes electos democráticamente se transformen en figuras autoritarias que proclaman verdades absolutas, o autócratas busquen legitimar su poder a través de actos electorales más o menos amañados.
Trump, con una popularidad basada en su alianza con sectores de derecha conservadora, buscó en su régimen, manipular o poner el aparato gubernamental al servicio de sus necesidades y sus ideas y de hecho.
La polarización está generalizada y en vísperas de año electoral abarca desde temas sociales como aborto y migración hasta de comercio y política exterior, en los que hubo acuerdos básicos por décadas.
POR: JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
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