Marcelo Ebrard siempre ha sabido dónde está. O debería saberlo. No hay engaño. No puede llamarse a sorpresa.
Él, por ejemplo, siempre debió saber lo que era evidente: Claudia Sheinbaum sería la candidata. Aun así, decidió participar. Derrotado en la contienda interna, sufrió las consecuencias de inscribirse en un proceso que tenía ganadora antes de iniciado. El excanciller se equivocó arrinconándose y erró al participar en un método diseñado para ungir a quien encabezaba hace años las encuestas. Fue a una batalla perdida.
Pero aceptó las reglas y ya derrotado acusó “incidencias” e “irregularidades”. Desde mucho antes de ese momento, él se puso una camisa de fuerza; dijo hasta el cansancio que no se iría de Morena. Y no pudo irse. La maniobra era difícil de justificar. Pero, además, nunca se le terminó de abrir su única ruta de salida, MC.
Si bien él y Dante Delgado mantuvieron comunicación fluida durante los dos meses de pasmo -entre su impugnación dentro de la 4T y al anuncio del pasado lunes, reafirmando que se queda-, el líder de MC jamás le aseguró la candidatura; lo invitó a contender y ganarla frente a Samuel García, pero nada más. Eso no fue suficiente para Ebrard que, arrinconado, no tuvo más escape que quedarse donde estaba.
Se quedó con las maletas hechas y a medio brinco. Debió recular y finalmente aterrizó donde estaba.
Ayer me dijo en la radio que se mantuvo en la 4T porque “vi sensible a Claudia a nuestros planteamientos, se valdrá disentir, esa es su línea política”. El argumento justifica mantenerse y alimenta su narrativa, pero lo que sigue es previsible. De nuevo podrían pasarle por encima.
Pide “que se nos reconozca como lo que somos, la segunda fuerza”. Y tiene razón, pero si se va con la finta podría dar un nuevo paso en falso. Es indudable que Ebrard llegó segundo en la contienda interna de Morena (15% detrás de Sheinbaum), pero también es claro que en Morena están prohibidas las tribus o grupos políticos. La propia Sheinbaum ayer lo reiteró: “no hay grupos, somos un solo movimiento”, dijo.
Si Ebrard se quedó en Morena aguardando la consideración de “ser la segunda fuerza” y el reparto consiguiente, se quedará esperando, porque no habrá tal pago.
En realidad, el excanciller ya no tuvo otra salida y los plazos se agotaron. Fue mucho el tiempo invertido. La tibieza e indefinición, le pasaron factura.
En política, dice el clásico, no se cometen muchos errores; se comete solo uno. Los demás son consecuencia de ese primero. Marcelo sufre las consecuencias de su primer error: no irse a tiempo y participar en un proceso que tenía ganadora antes de iniciado.
Todo lo que ha venido desde entonces es remar a contracorriente. Y así deberá seguir, hasta que las aguas cambien su curso y le aparezca una marea más favorable. Por ahora, deberá navegar en aguas agitadas para él.
POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
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