I just sit and stare into the empty nothingness and probably in a way I’m the empty nothingness I'm looking at.
“A new name: Septology”, traducción de Damion, Londres, Fitzcarraldo Edition, en la primera entrega de tres volúmenes 2019, 2020 y 2021.
Jon Fosee (1959) el reciente escritor noruego laureado con el Nobel de Literatura está en vías de su apoteosis, “contarse entre los dioses”. Poeta, ensayista, autor para niños, dramaturgo, conocido y reconocido en su tierra y en la geografía cultural europea, más dilatada y plural de lo que algunos creen. Incluso en México ha estado presente, así sea marginalmente, con la escenificación de “Invierno”, obra en cuatro actos en versión de Pia Jensen, por el director francés Julien Le Gargasson, en la sala Rosario Castellanos de la Casa de Lago (febrero, 2015), al frente de la compañía Festina Lente Theatrum, con Pilar Valdez en el papel protagónico.
Sin aspavientos, de pasmosa exactitud, que frisa la escritura cadenciosa y cortante de su paisano Henrik Ibsen; amante de la lentitud y la repetición como su admirado Samuel Becket, este fatigador de intimidades nos espeta como si tal cosa en cierto tono salmódico: "Simplemente me siento y miro la nada vacía y probablemente en cierto modo soy la nada vacía que estoy mirando". Pleonasmo luminoso que elude la redundancia porque encarna una figura retórica enfática en oposición a los sobreentendidos de la elipsis. Con sutilezas como esta Fosee ha burlado para siempre una condena de “damnatio memoriae”, el olvido que merecen al morir los ingratos y los perversos, acaso también los pusilánimes.
A propósito del galardón que otorga la Academia Sueca cabe señalar que la legión de omisiones empaña, sin duda, el elenco de los aciertos; si bien en este caso no dudo en considerar más que acertada la adjudicación. Unos cuantos nombres de los marginados bastarían para desacreditar semejante reconocimiento: León Tolstoi, Franz Kafka, Marcel Proust, James Joyce, Ramón del Valle-Inclán, Virginia Woolf, Bertolt Brecht, Anna Ajmátova, Alfonso Reyes, Junichiró Tanizaki, Jorge Luis Borges, Marguerite Yourcenar, Juan Rulfo o Vladimir Nabokov. Y quizá al pensar que se lo otorgaron a Jean Paul Sartre, creo que lo merecía entonces María Zambrano.
El epígrafe registra el deleite de la duplicidad, pues la trama de la que proviene, brillante jaloneo metafísico entre dios y el arte, anida en el espejo, ya que en dos circunstancias diversas existe un par de seres que se reflejan entre sí, llevan el mismo nombre (Asle), se desconocen, y comparten ciertos episodios de intimidad con un tercero femenino (Guro) sin saberlo. Un accidente, su majestad el azar, los reunirá como luz y sombra de una misma compleja entidad, auténtica unidad de lo diverso, que habitan en lugares distintos de la costa suroriente del país de los fiordos.
Se trata de fragmentos animados en permanente contrapunto, quizá capaces de comunicarse al fin y al cabo por su racionalismo atípico, que al teísta le permite identificar al ser superior como “conocimiento”, desdeñando la debilidad filosófica, o mejor aun epistemológica, que lo acepta y venera como “creencia”. Incursiones en el pasado que vivifican la fugacidad del presente, el tiempo oportuno según san Agustín, y nos deslumbran en su “oscuridad brillante”, oxímoron con el que podría calificarse la zaga de A new name: Septology, magnífica en su inmovilidad aparente. Tal vez por estos dejos de genialidad evoco al poeta latino Horacio en sus “Epístolas”, donde asevera con dulzura: “Piensa que cada día es el último que luce para ti, vivirás con gratitud la hora que ya no esperabas”.
POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
PAL